Acaba esta última semana del año con discursos relevantes, especialmente el de Felipe VI, en su primera Nochebuena tras acceder en junio pasado a la Jefatura del Estado. Hace seis meses, después de la celebración de las elecciones europeas y la renuncia de Don Juan Carlos, se puso en solfa por ciertos sectores la vigencia de la Monarquía. Se lanzó la injustificada necesidad de convocar un referéndum sobre la forma de Estado, dejando entrever que una república sería la solución. Craso error. El corto espacio de tiempo ha demostrado que la volatilidad de determinados mensajes carece de justificación a la hora de hacer política con mayúsculas y visión de futuro.
No podemos estar al pairo de expresiones espumosas, sin el suficiente poso, por mucha democracia participativa que vivamos gracias a las facilidades tecnológicas en las comunicaciones y la pujanza de las redes sociales. A lo largo de este medio se ha demostrado la fortaleza de una institución como la Corona, aunque haya atravesado por momentos difíciles que no empañan el papel fundamental que tuvo en la Transición, su papel moderador en la democracia y gran proyección internacional. Felipe VI ha sabido recoger con acierto el testigo. Ha conseguido la mayoritaria aceptación al someterse a una transparencia imprescindible y ejemplar, cuando sufre en sus propias carnes consecuencias de comportamientos presuntamente corruptos, como el de su hermana la infanta Cristina y su cuñado Urdangarin, a los que evitó citar expresamente. Sin embargo, el Rey fue muy realista. Habló de tiempos complejos y difíciles, incertidumbre, indignación y desencanto. «Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción», afirmó de manera impecable. No eludió la situación económica, sobre la que hay perspectivas favorables, aunque la lucha contra el paro tiene que ser el primer objetivo. Rotundo fue al considerar que «la economía debe estar siempre al servicio de las personas».
Tampoco le faltó realismo al mencionar la situación de Cataluña. Habló de desencuentros y de la fórmula para evitarlos, buscar los afectos mutuos y los sentimientos, en el marco de nuestra Constitución. Irreprochable, igualmente. Pero de su discurso navideño me quedo con el mensaje de esperanza, regeneración y confianza en nosotros mismos. Imprescindible recuperar nuestro orgullo, luchar contra la adversidad y vencerla. De poco vale lamentarnos permanentemente, pero sí hace falta que percibamos con hechos esa necesaria regeneración a la que aludió el monarca por parte de los servidores públicos. Quizá todo ello deba demostrarse por el Gobierno de Mariano Rajoy, que dos días después hizo balance del año y dijo haber dado respuesta «integral y ambiciosa» a la corrupción y que 2015 será el año del despegue. Habrá que percibirlo. El líder de la oposición, Pedro Sánchez, le pidió que no utilizara en vano la palabra recuperación. Pero de populares y socialistas hablaremos en otro momento. Ahora les deseo mucha felicidad en el año entrante y que sea mejor que el anterior. ¿No les parece?