No conozco partido cuya vocación sea ocupar la oposición y no gobernar. Al contrario, el fin último de las formaciones políticas, sus militantes y dirigentes no es otro que ganar las elecciones y ejercer el poder desde la ideología, valores y principios de cada cual. Con esa premisa, absolutamente legítima, y con la suposición –aunque sea mucho suponer– que quien se dedica a la política no tiene otro objetivo que mejorar su entorno y la vida de sus conciudadanos, con vocación de servicio, podemos entender alguna de las preguntas planteadas por el ex presidente José María Aznar este viernes en la convención popular: «¿Aspira realmente el PP a ganar las elecciones?» Respuesta: No cabe la menor duda, con la excepción de que hay quienes prefieren perder un ojo, ser tuertos, para que sus enemigos –los peores, los del propio partido– se queden ciegos. Los hay que piensan que cuanto peor, mejor para ellos. No me refiero a Aznar, que ejerció como guardián de las esencias y trató de encender a sus huestes para que ganen las elecciones. Se trata de eso.
Hoy habrá que escuchar a Rajoy, en la clausura, porque no es lo mismo predicar que dar trigo, pero el gallego no entrará al trapo de su antecesor. Argumentará habernos salvado del rescate, que la crisis ya es pasado, pero lo más complicado para el PP es recuperar su credibilidad, honorabilidad y respetabilidad ante la corrupción. Sobre todo cuando Bárcenas da muestras de locuacidad tras su libertad. La Justicia dictaminará y están por ver los costes políticos, como ocurre en el otro gran partido, los socialistas, con el fraude de los ERE en Andalucía. Además, el PSOE se enfrasca ahora en batallas internas con poco sentido. Todo un espectáculo cuestionar a Pedro Sánchez, a sólo unos meses de haber ganado unas elecciones primarias. No tiene pies ni cabeza, por muchos errores que haya podido cometer. No vale decir que Susana Díaz, porque convoque mañana lunes elecciones anticipadas en Andalucía, después le vaya a quitar la silla en Ferraz y sea ella la candidata del PSOE para ocupar la Moncloa. En política vale casi todo, incluida la ficción, y los deseos no son siempre realidades. Lo que de verdad sustenta a los partidos son sus resultados y su poder.
En Andalucía se cierra esta legislatura con sabor a fracaso, con un gobierno de coalición entre PSOE e IU que no ha culminado su mandato ni ha servido de modelo o referencia. El 22 de marzo en Andalucía se abrirá otra etapa. Será a partir de entonces, con la suficiente gobernabilidad o no, cuando sepamos si se ha acertado con la decisión de adelantar las elecciones. Susana Díaz tendrá las aspiraciones legítimas que quiera, pero su fortaleza la debe demostrar en Andalucía. Asume un riesgo, pero cuenta con la ventaja de que todos sus adversarios, también deseosos de estar en el poder, no critican que haya ahora elecciones. Por algo será. ¿No les parece?