Esta semana se ha celebrado el Debate sobre el estado de la Nación, calificado por muchos como el último del bipartidismo. Es posible, pero eso no invalida la representatividad del PP, con Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, ni del socialista Pedro Sánchez como líder de la oposición. El debate no estuvo en la calle sino en la Carrera de San Jerónimo, en el Congreso de los Diputados, gracias al voto de los españoles en las últimas elecciones generales. Después de los próximos comicios ya veremos. La confrontación entre ambos fue agria. No creo que el país vaya tan magníficamente bien como dijo el primero —aunque sea verdad que hay signos de mejora— ni tan horrorosamente mal como señaló el segundo. Sus respectivas parroquias han aplaudido la intervención de cada uno, pero no lograron saltar esa barrera que les machaca a ambos. Ninguno de los dos ganó.
A pesar de eso, no es aceptable arrogarse una representatividad que no se tiene, ni que el sentir ciudadano se intente monopolizar o protagonizar por los que todavía no han revalidado una confrontación electoral. La democracia son votos, ni encuestas ni expectativas o posicionamientos en las redes sociales.
Quizá Rajoy y Sánchez encarnen la diana del castigo de quienes se sienten engañados, defraudados con el comportamiento de muchos políticos. Ahora pueden sufrir el rechazo o indiferencia de muchos votantes. Se dice que las elecciones no se ganan, se pierden al recibir la correspondiente factura por el modo de gobernar y gestionar, que siempre debe ser ejemplar.
A los dos grandes partidos les ha faltado tener más visión, han cometido demasiados errores, especialmente por no alejarse de la corrupción. Se enredan entre ellos, tardan todavía en poner en marcha una regeneración y no quieren o no saben buscar puntos de encuentro para superar una necesaria catarsis. El riesgo es que hay quien quiere —y no generalizo— aprovecharse del enfado ciudadano desde la demagogia y el populismo, cuando el camino está más cerca del realismo, la honestidad, los principios y servir a la comunidad, no servirse de ella.
Y ayer, día grande en Andalucía, con la celebración de la fiesta del 28 de febrero. Se cumplieron 35 años de aquel referéndum por el que nuestra comunidad autónoma era considerada también histórica. Se logró entonces un impulso fundamental para salir del abandono y olvido, al tiempo que se iniciaba un camino de desarrollo y progreso para esta región, pero queda mucho por recorrer, especialmente cuando tenemos tasas de paro tan altas y casos de corrupción bochornosos. Pensemos en el mejor futuro que seamos capaces de ganarnos con nuestro autogobierno a través de las urnas el próximo día 22.
El brillante y exitoso cineasta Alberto Rodríguez, al recibir ayer el título de Hijo Predilecto de Andalucía, rememoró para finalizar su discurso la letra de una murga de Carlos Cano: «Escuela gratis, medicina y hospital, pan y alegría nunca nos falten, que vuelvan pronto los emigrantes, haya cultura y prosperidad». Después de tantos años todavía está vigente. ¿No les parece?