Después de trece años, el mandato de Torres Hurtado ha acabado de la peor manera posible para el Partido Popular. El agotamiento, equivocaciones de bulto en la gestión municipal, falta de cohesión e iniciativas en el equipo de gobierno, con unas formas de trabajar opacas y avasalladoras, no fueron suficientes para que se produjera un cambio de rumbo en la plaza del Carmen hace tiempo. Ha tenido que ser una investigación judicializada sobre corrupción urbanística, incluida la detención del alcalde y su concejala de Urbanismo, la que desalojara a Torres Hurtado por la puerta de atrás y obligara a su partido a abandonar el poder tras no saber administrar su victoria en las urnas.
Si Ciudadanos permitió tras las elecciones que gobernara el PP, este jueves su voto permitió que Francisco Cuenca fuera nuevo alcalde. Es el valor que tiene para una formación minoritaria ser la llave, al poder bascular a un lado o a otro. Los de Rivera pusieron entonces como exigencia el relevo en la alcaldía, pero no se produjo ni tampoco la dimisión de la concejala cuando resultó imputada. Ahora es fácil acusar a C’s de impedir la continuidad del PP sin reconocer los propios errores.
La peor crisis desencadenada en el Ayuntamiento de Granada, con el elevado coste de imagen negativa, finaliza con la llegada del socialista, con un gobierno mínimo y en solitario. El nuevo alcalde conoce la precariedad y las innumerables losas de las que tendrá que ir desprendiéndose. La grave situación económica es la peor de ellas, pero tiene otras muchas, como las sospechas sobre el comportamiento de altos funcionarios, especialmente del área de Urbanismo, investigados en la ‘operación Nazarí’. Este departamento y todos los demás no pueden caer en la parálisis burocrática, se necesita regeneración y rearme moral para que toda la maquinaria municipal funcione al servicio de los intereses de la ciudad y no sea un obstáculo en el día a día ni freno de cara al futuro.
Cuenca tiene por delante retos sumamente difíciles. Sus llamamientos al pacto, negociaciones y consensos deben ser una realidad palpable. Abarcar y contentar desde Ciudadanos a Podemos-IU parece una misión casi imposible. De no conseguir una estabilidad y gobernabilidad a partir de ahora, Granada seguirá sin tener definidas sus prioridades, anclada en la falta de dinamismo e iniciativas, aislada y, desgraciadamente, sumida en un lamento que no conduce a nada. Hace falta que los granadinos nos sintamos orgullosos de serlo, recuperemos la ilusión por esta ciudad. La nueva política dispone aquí de un magnífico escenario para abrirse camino, en el que la oposición también tiene su imprescindible papel. ¿Serán capaces de conseguirlo los nuevos dirigentes municipales? Es la gran pregunta. ¿No les parece?