Es de esperar que el comité federal que celebra hoy el PSOE ponga fin a una situación que no debía haberse alargado tras las elecciones de diciembre pasado. Nada ventajoso han conseguido los socialistas desde entonces, sino todo lo contrario, incluido el lamentable espectáculo de su última reunión. Es posible que tengan cierto debate sobre cómo presentar la abstención a la hora de votar en el Congreso. Pero ya casi importa poco si será en bloque –como parece– o técnica. La fractura está abierta mientras los catalanes y algunos más persistan en el ‘no es no’.
Cerrará el PSOE una etapa, pero la que tiene por escribir no estará exenta de dificultades. Su papel como principal partido de la oposición deberá tener contenido y relevancia, a pesar de que no disponga de un liderazgo hasta que no sea elegido otro secretario general. A tenor de algunos acontecimientos ocurridos en el entorno de Podemos (lo de ‘unidos’ es ya para la historia), creo que los socialistas pueden recibir algunos vientos favorables. Pablo Iglesias no pudo ser lo que quería, vicepresidente del gobierno, y carga en su mochila con la abstención que no permitió en marzo un gobierno del PSOE. A Iglesias le inquieta no ser cabeza de la oposición, no haber logrado desplazar a los socialistas. Por eso ha anunciado que saldrá y tomará las calles. Su lugarteniente, Íñigo Errejón, no parece compartir sus mismas tesis desde hace tiempo. Lo que no tengo claro es si tienen diferencias de modos y formas o se dividen los papeles en una misma estrategia, al estilo de Felipe González o Alfonso Guerra, uno por la derecha y otro por la izquierda. Podemos también se juega mucho a partir de ahora. La ambivalencia es complicada. Hay que elegir entre ser una fuerza parlamentaria seria o quedarse en la calle y protestar. Desconozco qué tiene de saludable, como dijo Iglesias, boicotear un acto como el de González en una universidad madrileña este miércoles, cuando es del todo lamentable democráticamente impedir la libertad de expresión. Así, difícilmente ocupará el liderazgo hegemónico en la izquierda española.
Precisamente en Andalucía, en el debate sobre el estado de la comunidad, la presidenta Díaz ha sabido desmarcarse y distanciarse de Podemos. Es uno de sus méritos, no haber dejado hueco a las políticas populistas y que se abrieran fisuras en su gestión, ya que cuanta más distancia tenga el PSOE de Podemos, mejor le irá. La presidenta ha realizado una labor, con luces y sombras, ralentizada como casi todo en este país, a la espera de que el gobierno deje de estar en funciones. Ha reconocido errores, hará falta que los subsane. No tardó en lanzar sólidos mensajes ante el grave problema de Cataluña y dar una imagen de estabilidad gracias a su acuerdo con Ciudadanos.
Como ya empezamos a ver la luz que nos acerca al final del túnel, tendremos que alejarnos del pesimismo y desencanto, como reivindicó este viernes el Rey. El pasado nos tiene que hacer aprender para un futuro mejor. ¿No les parece?