Mariano Rajoy logró ayer la investidura como presidente del gobierno, tras dos elecciones. Hemos perdido diez meses en estrategias, escarceos, misiones imposibles, batallas fratricidas, para volver al principio, respetar el resultado de los votos. No es otro que una gran fragmentación, irrupción de dos nuevas fuerzas y una representación equilibrada entre las situadas a la derecha e izquierda, con un claro ganador pero en minoría. Es fácil concluir que así será difícil gobernar, pero es el mandato de la ciudadanía expresado en las urnas en dos ocasiones.
Algunos hablan de nuevos tiempos en la política, pero si se trata de estar en la calle contra los representantes de la soberanía popular, mal vamos.
La contradicción y sinsentido es que haya diputados que participen en la protesta (contra ellos mismos) o la saluden con agrado. ¿Eso es la nueva política? Quizá también sea ofrecer un lamentable espectáculo, como decir que en la Cámara hay más potenciales delincuentes que fuera o pronunciar los insultos de un auténtico rufián, que logró levantar a los diputados socialistas, populares y de C’s para aplaudir a Antonio Hernando en su protesta. ¿Así se acaba con la vieja política?
Se abre a partir de hoy una legislatura sin precedentes, con un Ejecutivo muy en precario, pero así lo han querido los españoles. Rajoy da la impresión que lo ha entendido, al hablar de pactos y acuerdos, e incluso anunció la eliminación de las reválidas como concesión a los socialistas, quienes tendrán que armar una oposición y construir un nuevo discurso tras la sangrante crisis que han vivido. Pedro Sánchez ha tomado la mejor postura desde diciembre pasado, dejar su acta. Acierta sólo en eso, pero tiene todo el derecho de defender sus ideas, dar la batalla por ellas y buscar todos los respaldos posibles.
Podemos quiere ocupar el liderazgo de la oposición desde el monte. Es novedoso participar en las instituciones y desprestigiarlas. En otro sentido, Ciudadanos quiere desde dentro cambiar muchas cañerías –como dijo– sin cortar el agua. Son formas muy distintas de ejercer la política, cuyo fin último tras unos comicios, con repetición incluida, es elegir democráticamente un Parlamento y un Gobierno, para que cada uno realice las funciones que claramente están definidas en nuestra Constitución. Si la cosa no funciona, puede activarse una moción de censura con un candidato alternativo, aunque también el presidente del Gobierno tiene la potestad, a partir del próximo mayo, de disolver las cámaras y convocar otras elecciones. Ni una cosa ni la otra. Tampoco hay que reivindicar lo malo conocido, pero lo nuevo por conocer no tiene muy buena pinta.
¿No les parece?