El inesperado fallecimiento este miércoles de Rita Barberá, bautizada como la alcaldesa de España, ha sacudido a toda la clase política. Y el de Fidel Castro, padre de la revolución cubana, más cercano dada su avanzada edad, a todo el mundo. Establecer comparaciones sobre ambos no tiene sentido, salvo en la coincidencia y en que a los muertos hay que respetarlos y cualquier comportamiento contrario es inhumano. Al líder cubano se le reprocha la falta de democracia y libertades en aquel país con la existencia de presos políticos y la pobreza y miseria que ha reinado en la isla con un desfasado régimen comunista. En cuanto a Rita Barberá, representó la voluntad popular durante casi 25 años, gracias a las mayoritarias victorias electorales, y fue capaz de transformar Valencia.
Puede ser valorada políticamente, pero su inocencia penal se la lleva a la tumba. La corrupción desatada en la comunidad valenciana hizo que Barberá no revalidara su último mandato, tuviera que cobijarse en el Senado y después renunciar a su pertenencia al Partido Popular. Los incontables casos, muchos de ellos sin resolver todavía judicialmente (y quizá otros ocultos), han escandalizado a los españoles y han provocado cambios insospechados en muchos aspectos.
El daño causado tiene y tendrá enormes consecuencias, desde el nacimiento de nuevas fuerzas políticas a una clara actitud inquisitorial o discriminatoria hacia quienes se dedican a la actividad pública. Pero lo peor es que no parece que hayamos aprendido. Estos días hemos contemplado y oído declaraciones vergonzosas y vergonzantes por parte de nuestros más altos representantes. Para algunos Barberá ha sido víctima de una cacería política y mediática, mientras otros han tenido la desfachatez de no sumarse a un minuto de silencio en respeto por su fallecimiento. Ni unos ni otros. No se puede ser tan miserable, culpar a otros o no asumir las responsabilidades de cada uno cuando se ejerce la vida pública. Incluso se ha apelado al pacto de Ciudadanos y sus exigencias sobre la corrupción.
Todavía hay quienes no saben discernir los papeles que corresponden a la responsabilidad política o judicial. Precisamente, esta semana el más alto representante de la Fiscalía en Andalucía señalaba que «hay formas de corrupción que no son delictivas» y que habría que perseguirlas. Otro prestigioso jurista y alto magistrado español acepta los juicios paralelos, porque no llegan a juntarse nunca al ser dos ámbitos distintos, uno para condenar o absolver y otro que sirve de debate para la conformación de la opinión pública. Se trata del papel fundamental de la prensa como vigilante de la democracia. Y me viene a la memoria aquella frase de un político que afirmó: «Prefiero una prensa desbordada que una prensa amordazada». Descansen en paz los muertos y que la Historia y cada ciudadano los juzgue como crea conveniente. ¿No les parece?