A modo de chanza se contaba que un periodista en época de la dictadura franquista, antes de sentarse a teclear en la máquina de escribir su artículo de carácter internacional, proclamaba a voz en grito en la sala de redacción de un diario: «Se van a enterar en Moscú». En aquellos tiempos no se podía ejercer la crítica sobre la política nacional y por ello algunos comentaristas se desbordaban y destapaban su caja de los truenos más allá de nuestras fronteras. Desconozco si la anécdota es real o forma parte del inventario de esta profesión. Casi daría igual en estos tiempos en los que el valor de las noticias reales o falsas son lo mismo para algunos, especialmente para aquellos que se entregan al populismo y la demagogia. No son aceptables comportamientos que se suben a lomos de mentirosas informaciones difundidas por plataformas o redes sociales, aunque vivamos o suframos lo que se ha bautizado ahora como posverdad, situación por la que los hechos objetivos influyen poco o nada en la opinión pública y sí las emociones y sentimientos personales. Incluso hay quien todavía cree en aquella propaganda que tan trágicas y deleznables consecuencias nos trajo en un pasado no tan lejano de repetir mil veces una mentira para convertirla en verdad.
Escribir de Donald Trump, que este próximo viernes se convertirá legítimamente en el trigésimo sexto presidente de Estados Unidos, puede interpretarse como una petulancia. Nada más lejos de mi intención pero permítanme que tras ver al personaje esta semana en rueda de prensa, la primera después de casi siete meses de no presentarse ante los medios de comunicación, les diga: «Nos vamos a enterar todos». Es obvia la trascendencia que tiene el mandatario de la nación más poderosa del mundo.
En España, el ex presidente del gobierno y del PP, José María Aznar, todavía intenta mantenerse como faro y guardián de las esencias políticas de su partido. Desde su fundación FAES nos ha anunciado que seguirá en la brecha. Está en su derecho, pero debería reconocer que no es lo mismo predicar que dar trigo, porque hubo aspectos en su dos mandatos, tanto en Moncloa como desde Génova, en los que se cometieron errores. Uno ha aflorado ahora, tras el dictamen del Consejo de Estado, referido a Federico Trillo cuando era ministro de Defensa de su gabinete y murieron 62 militares en el Yak 42. Aunque tarde, se salda una responsabilidad política por la puerta de atrás, al no haberse ni siquiera producido su cese. En Podemos siguen enzarzados en lo que es una mezcla de lucha por el poder y encontrar el espacio más rentable. Íñigo Errejón intenta imponer sus tesis de trabajar más en el Parlamento que en la calle, ahondar en un perfil más institucional y dejar a un lado los extremismos y radicalismos. Me temo que ese es un espacio que perdieron los socialistas y que deberían recuperar con entidad propia. En el horizonte tienen ya fechas para su congreso, 17 y 18 de junio, y un mes antes primarias para elegir a su secretario o secretaria general. Ya hay un candidato, el vasco Patxi López, un político sensato, con experiencia como lehendakari aunque no supiera rentabilizarlo con mejores resultados, dotado de muy buena cintura pero poca pegada. La pregunta obligada es si hay alguien más y mejor. ¿No les parece?