Barcelona celebró ayer lo que debería haber sido un acto de repulsa contra el terrorismo, de unidad de toda la ciudadanía y fuerzas políticas en favor de la paz y la convivencia, pero se convirtió en el lamentable espectáculo que algunos pocos quisieron imponer. Sectores independentistas, no muy numerosos, insisto, supieron colocarse en el foco para que sus pitidos se escucharan y sus esteladas y pancartas de imprenta ocuparan las cámaras de las televisiones. El recorrido no creo que sea mayor, aunque hay que reconocer el mérito de una estrategia deleznable para aprovechar los miserables actos criminales de Barcelona y Cambrils con el fin de vender su soberanismo. No les importaría llevarse por delante tanto a un gobierno legalmente elegido como al jefe del Estado, representantes ambos de un sistema constitucional, la monarquía parlamentaria.
El independentismo sirve de poco. Y desde luego no para luchar contra el yihadismo. La utilización de enseñas y proclamas señaló a quienes quieren imponer sus ideas frente a una mayoría silenciosa que ayer se manifestó sin gritos ni pancartas en la capital catalana y en otros lugares de España. Impactante la presencia en Ripoll de la hermana de dos de los miembros abatidos de esta célula al pedir que no se estigmatice a todos los musulmanes. Sin duda, no podemos caer en la islamofobia, pero si este problema tiene un origen religioso, el fanatismo y el radicalismo pueden lucharse y evitarse desde dentro. El control de las mezquitas e imanes es imprescindible.
La actuación policial es otra de las cuestiones fundamentales para prevenir, especialmente las labores de los servicios de información. Apuntaba la semana pasada en estas líneas las tensiones políticas, que Puigdemont ha evidenciado, y la descoordinación policial, que también ha aflorado. No creo que en casos de terrorismo yihadista, con inevitables conexiones internacionales, lo mejor sea encargar su investigación y persecución a un cuerpo que sólo puede actuar en su comunidad autónoma. No vale que se le den representaciones ante organismos supranacionales, sería seguir por el camino equivocado. Quizá haya faltado en estos lamentables acontecimientos que el peso del Estado, representado desde la jefatura y el gobierno, no hubiera cedido este poder delegado a la autonomía.
He recordado estos días lo que dijo Manuel Fraga sobre que el mejor terrorista es el muerto, al hilo del trabajo de los Mossos d’Esquadra al abatir a ocho de los integrantes de este comando. De sobrevivir alguno es posible que hubiera facilitado la investigación (como ha ocurrido con el herido en la explosión de la casa de Alcanar). No cuestiono el modo de proceder pero llamo la atención en el lenguaje políticamente correcto utilizado por el alto mando de la policía autonómica catalana y me pregunto si la respuesta hubiese sido la misma si quienes mataran a los terroristas fueran miembros de la Policía Nacional o la Guardia Civil. Por desgracia, ayer en la larga primera fila de la manifestación no vi a ningún miembro de estos cuerpos. Cabe la excusa de que no participaran en las labores de auxilio y rescate en las mismas Ramblas, pero habría sido un detalle de generosidad. ¿No les parece?