El huracán provocado por los independentistas catalanes se ha desatado esta semana y tiene visos de llegar al nivel cinco, la máxima categoría que se asigna a estos fenómenos, a semejanza del alcanzado por el denominado Irma que devasta estos días el Caribe. Aquí la tormenta perfecta ha arrancado sobre la base de la ilegalidad y apropiación de un derecho que no les corresponde, como un golpe de Estado, secuestro de la democracia, atropello, demostración totalitaria, esperpento, vodevil, espectáculo bochornoso… Sobran calificativos cuando el Parlamento catalán no ha respetado al mismo secretario de la Cámara ni a sus letrados, ha vulnerado sus propias normas, el Estatuto catalán y a su propio Consejo de Garantías. Esas escenas son la lamentable imagen de la cerrazón independentista convertida en imposición. Por mucho triunfalismo o victimismo que exhiban, su empecinamiento les debilita, especialmente cuando no obtienen respaldo internacional alguno.
La respuesta en nuestro Estado de Derecho ha sido rápida y proporcionada. La Fiscalía ha iniciado las actuaciones contra el gobierno catalán y el Tribunal Constitucional anuló la ley del referéndum en horas. La maquinaria en defensa de la democracia se ha puesto a funcionar y hay que esperar las decisiones que tome la Justicia. La firmeza ahora es imprescindible frente a la sedición. Mariano Rajoy fue rotundo cuando señaló que «no permitirá que se liquide nuestro sistema de convivencia». Quizá lo único positivo en esta grave crisis institucional ha sido la unidad de la mayoría de los partidos. El PSOE, a pesar de sus divagaciones retóricas, se ha puesto a la altura de las circunstancias y ha demostrado que es una oposición de Estado y que el interés del país está por encima de cualquier otro, aunque no se haya prestado Pedro Sánchez a una foto conjunta con Rajoy y Albert Rivera. A Ciudadanos también hay que reconocer su comportamiento, especialmente como principal partido opositor en Cataluña.
Ya sirven de poco los reproches por los errores cometidos, las cesiones o falta de políticas para frenar esos sentimientos expandidos y manipulados por una minoría de dirigentes políticos, con la pasividad de ciertos representantes sociales o empresariales catalanes que han hecho poco por evitarlos.
No sabemos todavía los daños que puede causar este huracán, de persistir los independentistas en su empeño de sometimiento para conseguir algo que es inviable. Ya han amenazado con movilizaciones sociales, como podrá ser mañana la Diada, pero eso no puede asustar a quien defiende la democracia. Nuestra Constitución, aunque algunos quieren cargársela y juegan con ambigüedad calculada, como el líder de Podemos, Pablo Iglesias, tiene tanta capacidad, es tan válida y generosa, que permite reformas e iniciativas como un referéndum legal.
No puedo acabar sin elogiar unas palabras del parlamentario Joan Coscubiela, perteneciente a la fracturada versión catalana de Podemos cuando desde la tribuna dijo: «No quiero que mi hijo viva en un país en el que una mayoría pueda tapar los derechos de quienes no piensan como ellos» o las de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, cuando señaló que no se puede dejar fuera a la mitad de los catalanes. Esta mujer tiene muchas llaves, las de los locales municipales, para impedir que los secesionistas pongan las urnas. La fractura social que algunos intentan debe frenarse desde la templanza e inteligencia, sin gestos grandilocuentes, con mesura y actos ajustados a Derecho. ¿No les parece?
PD: Me ha encantado ver a Rafa Nadal y Garbiñe Muguruza posar estos días tras una bandera de España como números uno del tenis mundial.