Acaba la Navidad, no exenta de algunas muestras estrambóticas en las cabalgatas de los Reyes Magos, al imponerse innovaciones sin mucho sentido desde el exceso de lo políticamente correcto, con el único fin de hacer desaparecer tradiciones sustentadas en valores irreprochables. Lamentable que la inocencia infantil se utilice como arma arrojadiza. En los mayores lo de la inocencia es otra cosa. Lo somos mientras no se demuestre lo contrario. Imagino que es lo que piensa Oriol Junqueras, pero a la vista del auto dictado este viernes por el Tribunal Supremo, el regalo para el independentista ha sido un buen cargamento de carbón. El exvicepresidente catalán está en prisión provisional por razones jurídicas perfectamente argumentadas, la existencia de indicios en la comisión de unos delitos gravísimos cometidos en un Estado democrático de Derecho como España. No por ser independentista sino como presunto responsable de unos hechos que alteraron profundamente las reglas de la convivencia ciudadana, como fue convocar un referéndum ilegal, que para ello se utilizaran fondos públicos, promover que se votara, participar en la declaración unilateral separatista o el desencadenamiento de actos violentos. Continuará en la cárcel. El Supremo considera que no existe dato alguno sobre que él o su partido abandonen la idea de una proclamación unilateral, que reincidan. De poco le vale a Junqueras apelar a la paz o al cristianismo. Ni siquiera al diálogo que solamente se ha planteado y referido a la forma en la que el Estado español pudiera prestarse a reconocer la independencia de Cataluña. Estamos ante la contundente y necesaria respuesta de la Justicia, en la que sólo cabe aplicar las leyes cuando se vulneran y cumplir el castigo marcado en ellas. Las penas están definidas y si son elevadas será porque los legisladores, representantes de la soberanía popular, así lo contemplaron y en concordancia con el derecho comparado de otros países ante delitos que se presumen tan sumamente graves. Permanecer en el imaginario del victimismo, sentirse perseguidos por ideas forma parte de su escenografía. No es fácil superar esas falsedades ni tampoco ahora afrontar la constitución de un parlamento catalán, primero, de mayoría independentista y una sesión de investidura, después. La aplicación del artículo 155 no acaba hasta que haya un nuevo gobierno en Cataluña. La clave es cómo y de qué manera. Sin duda, bajo la más estricta legalidad, pero también con política en busca de los mayores consensos, compatibles con firmeza y sensatez. Pero la fórmula no es mágica. Lo único bueno es que los independentistas saben ya a lo que se enfrentan si persisten en hacerlo de la misma forma. El año empieza complicado en lo político, aunque en lo económico es de esperar que haya mejores resultados, como los conocidos esta semana sobre afiliación a la Seguridad Social. No pequemos de triunfalismo cuando ambos términos están tan relacionados, que se lo pregunten al ministro Montoro y a los responsables de Hacienda de las comunidades autónomas, a la gresca por 4.000 millones de euros hasta que no haya Presupuestos. Y, perdonen, acabo con orgullo y satisfacción por ver al Rey Juan Carlos cumplir 80 años y asistir ayer a la Pascua Militar. Su impecable labor en pro de la democracia debe ser permanentemente reconocida y no puede empañarse por un comportamiento personal, del que pidió perdón, o el impropio de sus familiares que han sido tratados judicialmente como el resto de ciudadanos. Fue todo un gesto que el Rey Felipe felicitara a su padre. La continuidad y fortaleza de nuestra monarquía parlamentaria, representada en la Jefatura del Estado y del Ejército, son una garantía para nuestra convivencia pacífica. ¿No les parece?