En esto ni media tontería y deja de marear la perdiz». Es la frase de la semana, de Pablo Iglesias a su compañero de Podemos Íñigo Errejón. Se nota a las claras quién manda y de qué manera, a cuenta de la candidatura a la Comunidad de Madrid, justo en el momento que la presidenta Cristina Cifuentes pende de un hilo muy fino. Para el Partido Popular está en peligro un feudo muy importante, tras 23 años de gobierno, pero lo que no tengo claro es si Mariano Rajoy quiere mandar lo suficiente para reconducir una situación que no debería haber llegado tan lejos o prefiere escuchar de Cifuentes una frase que incluya la conjugación del verbo dimitir en primera persona y presente. Me temo que este problema acarreará incluso fuertes dolores de cabeza y se expande con enorme contagio. Y si no que se lo digan al portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid, que falseó su currículum, o al diputado de Podemos en el Parlamento de Galicia, que tuvo que dimitir este viernes por decir que tenía el título de ingeniero y carecía de él. Esto sólo es el comienzo, la cazatitulitis se ha convertido en el deporte de moda. Todos contra todos. Casado ha salido algo airoso pero lo peor es que hay distintos raseros, como del que se benefició el citado Errejón, con aquel trabajo de investigación que no le obligaba a acudir presencialmente a la Universidad de Málaga.
Lo trascendente de esta polvareda es el valor de la verdad en la política. La mentira no sólo tiene las patas cortas sino que es un arma letal. La ciudadanía no se merece el engaño y quien lo practique debe pagar con ello. Ahora si queremos la necesaria regeneración institucional y de la vida pública, cualquier intento de transformar la realidad hay que condenarlo políticamente. Otra cosa es lo que se dirime en los tribunales, como los ERE en Andalucía, esta semana en plena cresta de la ola con la declaración del expresidente de la Junta José Antonio Griñán, a quien entre otros se le juzga por su responsabilidad judicial, si cometió o no un delito. Ampararse en el desconocimiento es un argumento para su defensa, aunque quizá no le exima. Con su renuncia saldó la política, pero hay que esperar la sentencia.
Y donde sigue el mareo es entre los independentistas catalanes, a los que hay que sumar el lamentable apoyo de las dos grandes centrales sindicales, incapaces de salir de su laberinto, por lo que la vía de otras nuevas elecciones se abre paso, mientras la decisión judicial alemana sobre Puigdemont no deja de sorprender. El Gobierno de España hace bien en respetar las decisiones de los tribunales, pero debe trabajar todo lo posible para que se cumplan los acuerdos internacionales y no se vulneren por parte de ningún país. Rajoy tiene que emplearse a través de la diplomacia para que prevalezca el marco legal definido por los estados europeos, fundamentalmente por el principio de reciprocidad y de reconocimiento y confianza mutua establecido en Europa. Apostemos por la sensatez y la verdad para acabar con las tonterías y mentiras. ¿No les parece?