Ni el ofrecimiento por parte del Gobierno de Pedro Sánchez de recoger a los inmigrantes rescatados por el buque ‘Aquarius’, ni la comunicación para que ingrese en la cárcel Iñaki Urdangarin, ni la dimisión de Màxim Huerta como ministro de Cultura y Deporte, acontecimientos de primer orden, han sido capaces de ocupar el foco de debate y discusión provocado por el cese de Julen Lopetegui de la selección española. El fichaje de Florentino Pérez como nuevo entrenador del Real Madrid, dos días antes del primer partido frente a Portugal en el Mundial de Rusia, ha conmocionado a la opinión pública española.
Soy de los que piensan que la actitud del presidente de la Federación de Fútbol de cesar al técnico fue lo más conveniente. Tras el anuncio estaba invalidado para sentarse en el banquillo, ya que su condición de próximo entrenador madridista le exponía ante los jugadores y, por supuesto, ante la mayoría de la afición que ha considerado una deslealtad su decisión y una equivocación que tiene mucho de egoísmo por parte del presidente del Real Madrid, cuando podía haber encontrado una solución transitoria hasta el final de la actuación española en el Mundial. Luis Rubiales aplicó sin titubeos un 155, un 155 duro, con el nombramiento de Fernando Hierro, en una demostración de autoridad, que se hace imprescindible en determinados momentos y que a la larga merece la pena para no debilitar a la institución que se representa.
En esa línea comparto la decisión del nuevo inquilino de la Moncloa de no permitir la continuidad del ministro a quien tildé de pintoresco hace siete días. Obligado epílogo por unos hechos del pasado que le han pesado, sobre todo si hace unos años el ahora presidente desdeñó a aquellos que creaban una sociedad interpuesta para pagar menos impuestos. Huerta sale por la puerta de atrás. Es lo mismo que le ocurrió a José Manuel Soria. No se puede ser ministro después de haber operado en paraísos fiscales, como dijo Cristóbal Montoro. Sánchez ha puesto el listón muy alto, pero no es mala cosa que la transparencia, la ética y la estética formen parte permanentemente del ejercicio de la vida pública. Además, ha ganado en el cambio con la incorporación de un gran gestor cultural que nadie cuestiona, como es José Guirao.
La inminente entrada en prisión del cuñado de Felipe VI demostrará que este es un país en el que la Justicia funciona, aunque lenta, igual para todos y en el que la Corona debe seguir esforzándose por seguir siendo el mejor símbolo de la unidad y permanencia del Estado. El que se va por la puerta grande, nada giratoria, es Rajoy. Sin dejar sucesores ni delfines y ni siquiera mantiene su escaño en el Congreso de Diputados, mientras la incertidumbre que se ha abierto en el PP provoca muchos nervios entre sus dirigentes, a la espera de su congreso en julio.
La decisión de recibir a los inmigrantes hoy en el puerto de Valencia ha desconcertado a algunos populares. Los que se han manifestado en contra se han puesto contracorriente de un movimiento solidario y humanitario que hasta la misma Iglesia ha respaldado. El problema no se arregla sólo con este gesto, pero puede contribuir a que se aborde de una manera sensata y conjunta por Europa. El cierre de fronteras no es la mejor opción ante una realidad y un fenómeno que nos supera, cuando convendría mostrarse sensible y ejercer la política con grandeza, generosidad y desde muy diversos frentes. Lo veremos con la restitución de la sanidad universal y la forma de costearla y garantizar su implantación.
Por último en Andalucía es obvio que si Ciudadanos se acerca al PP, se aleja del PSOE. Y si los socialistas no encuentran apoyo para sacar los próximos presupuestos, hay motivos para justificar las elecciones en otoño. ¿No les parece?