El PP sufre con el proceso para elegir a su nuevo líder. Luego se supone que vendrá su refundación, renovación, ocupar el espacio ideológico más conveniente y, sobre todo, frente a Ciudadanos para mantenerse como primera fuerza del centro derecha en España. Sorpresas no han faltado. Eso de ser el primer partido por número de militantes en Europa se ha quedado en una quimera. Las cifras de inscritos para votar en la primera vuelta han sido mínimas, ni un ocho por ciento, lo que demuestra también el descontento, desapego y frustración que padece la mayoría de sus militantes.
Novedad ha sido esta consulta un tanto singular. Primero en abierto a sus bases y después con los compromisarios que optarán por uno de los dos más votados, Soraya Sáenz de Santamaría o Pablo Casado. El sistema fue decidido en su último congreso nacional, lo que hace legítimo que los perdedores puedan unirse para ganar al rival, en una contradicción más con los mensajes que siempre lanzan los populares de que gobierne la lista más votada. Pero las reglas ahora no pueden cambiarse.
La gran perdedora ha sido María Dolores de Cospedal. Su cargo como secretaria general del partido le ha valido de poco. El control de Génova ha brillado por su ausencia, pero también a lo largo de los últimos años. Su papel al frente del partido ha sido una de las claves del fracaso de Mariano Rajoy, por no haber funcionado algo imprescindible, la conexión partido-gobierno-sociedad, en la que la ganadora, la ex vicepresidenta, también ha tenido gran parte de responsabilidad, incluido su trabajo para superar el problema de Cataluña.
La relación de ambas era difícilmente empeorable, el ego de las dos y sus ambiciones han hecho que un tercero, Casado, se haya abierto paso como representante de una nueva generación, con tan solo 37 años, sin cargas de cargos anteriores en gobiernos. Ofrece frescura sin renunciar a su pasado aznarista y su compromiso con Rajoy, aunque tenga todavía que despejar la sombra sobre su máster académico.
Casado no ha tardado en mantener conversaciones con los perdedores de la primera vuelta para conquistar a sus respectivos seguidores, pero como el cuerpo electoral es distinto el resultado final está abierto. Ella y él tienen quince días, una eternidad en los tiempos políticos que vivimos, para desplegar sus mejores artes y conquistar a los más de tres mil compromisarios.
Un cara a cara, con debate de fondo ideológico, autocrítica y propuestas no vendría nada mal para ilusionar y ganarse la confianza de quienes al final elegirán al líder del partido que ganó las elecciones y ahora hundido en la oposición, frente a un gobierno en precario que busca la subsistencia atenazado por otras fuerzas, como Podemos, con el lamentable espectáculo de RTVE, o los independentistas, a quienes han plantado cara por la moción del Parlamento catalán y a la vez han ofrecido gestos y un diálogo sin cortapisas. Mañana Pedro Sánchez y Torra se verán en Moncloa en un encuentro que marcará sus relaciones y el futuro de este país, que se mueve entre el abismo o volver a la casilla de salida.
Mariano Rajoy podría fumarse tranquilamente un puro en Santa Pola si no hubiera dejado el tabaco hace tiempo. Estará tranquilo de no pasar a la historia por utilizar el dedazo para elegir a su sucesor en el partido, ni ser el presidente del Gobierno que claudicó ante los separatistas o rompió la unidad de España, algo que tiene muy claro el ministro de Exteriores, José Borrell, al poner de ejemplo la actuación del embajador español en Washington ante el falso discurso independentista. ¿No les parece?