Mucho se ha hablado del llamado síndrome de la Moncloa que padecen quienes gobiernan y habitan en ella. Viene a ser el aislamiento, la falta de conexión con la ciudadanía y la influencia nociva que pueden ejercer las personas que trabajan en el entorno más próximo. El alejamiento de la realidad es uno de los fracasos del poder, lo que provoca vivir sin pisar el suelo o dentro de una burbuja. A todo ello se suma el intento legítimo de no ser descabalgado y mantenerse a toda costa.
El síndrome no afecta exclusivamente a los inquilinos de la residencia monclovita sino a todos aquellos gobernantes de organizaciones de cualquier tipo, condición y en muy diversos grados de mando, pero en aquel complejo situado junto a la Ciudad Universitaria de Madrid, que alberga también el despacho de la Vicepresidencia del Gobierno ha debido influir también en su anterior ocupante, Soraya Sáenz de Santamaría.
En su discurso ante los militantes no fue capaz de conectar con ellos y ofreció una imagen poco favorable. No entiendo que nadie de su equipo se lo hiciera saber, ni tampoco que haya pretendido trasladar el 43 por ciento del respaldo que obtuvo en miembros suyos a la nueva dirección de Pablo Casado. Unos ganan y otros pierden.
Bien es cierto que ella puede retirarse a sus cuarteles de invierno y esperar un retorno a lo Pedro Sánchez, porque hay quien piensa que lo de Casado puede ser un gatillazo al estilo de Hernández Mancha. No lo creo. El nuevo dirigente entra pisando fuerte.
Volvió Aznar a Génova. Todo un síntoma de la ruptura con el ‘marianismo’ y el comienzo de una etapa distinta. Integración la justa y nada de corrientes internas. Que se lo pregunten al andaluz Juanma Moreno, sorayista de pro, que no tiene a nadie de confianza en la nueva ejecutiva popular, reunida el jueves en Barcelona. Cataluña es el gran problema político que padece España y también el PP. No está nada mal la simbología y el mensaje para dejar de ser allí una fuerza residual.
Las costuras abiertas entre los populares tardarán en coserse. Es el problema de estar en la oposición. En el poder todo resulta más fácil. Aunque la procesión vaya por dentro, las escenas de la entrevista entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, fueron todo buenas palabras, acercamiento y sensibilidad. Lo malo es que, entre otras cosas, el anunciado plan de empleo para Andalucía en 2019 se vaya al garete porque los Presupuestos del Estado no salgan adelante. En el encuentro de ambos no trascendió que hablaran de elecciones. Es muy posible. Activar el botón de las respectivas convocatorias a las urnas es un acto soberano y de decisión personal. Siempre interesa hacerlo antes de que la situación empeore o para trasladar que no se cede a presiones inasumibles, como puede ser el caso de Sánchez.
Díaz quisiera que su mensaje andaluz no tuviera interferencias, pero los tiempos pueden coincidir. Los dos se mirarán a partir de ahora de reojo por si descubren en el otro la intención de pulsarlo, porque patente ha quedado la debilidad del Ejecutivo central con 84 escaños. Este viernes ha naufragado al no lograr el respaldo para sacar adelante el techo de gasto. «No aguantará más de lo razonable», adelantó previamente la ministra portavoz. Los independentistas catalanes y Podemos, que apoyaron a Sánchez en la investidura, le han dejado colgado de la brocha y se abre esa posibilidad de los dos adelantos electorales.
Tienen el mes de agosto para la reflexión.
¿No les parece?