El viernes el presidente del Gobierno hacía balance de su fin de curso, intenso, corto, sólo dos meses en Moncloa desde que ganara la moción de censura que acabó con Rajoy. El socialista habló de cambio de época y de que representaba el deseo político de la mayoría de los españoles. Vamos, un antes y un después de su llegada al poder, con una recuperación y blindaje del estado del bienestar tras unas políticas raquíticas. Está en su derecho de reivindicarse a bombo y platillo en una rueda de prensa con escenografía novedosa, imágenes en plasma a su lado que intentaban mostrar su intensa actividad en estos 60 días. Gestos no le faltan y ganas de mantenerse hasta el final de la legislatura tampoco. Sabe que esa mayoría se consigue en las urnas y el Parlamento. Desde el Gobierno, como señaló el propio Sánchez, se pueden hacer muchas cosas, naturalmente, a golpe de decreto o de efecto, pero con la precariedad que dan sus 84 diputados no hay quien saque adelante unos nuevos presupuestos, reformas o cambios de leyes en profundidad. Para ello se necesitan acuerdos y consensos, que no parecen fácilmente alcanzables.
Las buenas palabras se agotan. La normalización de las relaciones del Gobierno con Cataluña es magnífica, siempre y cuando no haya privilegios no se vuelva a abrir ninguna vía judicial. ¿Pero eso significa que si los independentistas se saltan las leyes no actuará la Fiscalía o el propio Ejecutivo ante el Constitucional? Y mientras tanto los perseguidos por la Justicia española obtienen cargos y sueldos muy bien remunerados y la política ‘exterior’ de la Generalitat se retoma con espíritu renovado. Sánchez se fajará este 17 de agosto, al cumplirse el año de los terribles atentados de Barcelona y Cambrils, en un acto al que acudirá el Rey. No habrá normalización si los secesionistas aprovechan el dolor de las víctimas, siguen con la imposición, hablan en nombre de todos los catalanes y desafían al Estado de Derecho.
Otro frente clave para el líder socialista es la economía. No va mal aunque hay quien señala indicios de desaceleración. El crecimiento se sitúa por encima de la media europea y esta semana hemos alcanzado la cifra de paro más baja desde 2008, mérito que habrá que reconocer a su antecesor. Y el tercero es la inmigración, para lo que ha nombrado un mando único operativo, aunque el problema es de gran calado político.
Ante todo ello, Sánchez parece disfrutar de una luna de miel, de ser la nueva cara tras un periodo de hastío, de creerse que goza de gran aceptación, posiblemente gracias al resultado tan favorable para su partido en la encuesta del CIS, pese a que se realizó antes de la llegada al PP de Pablo Casado, envuelto todavía en lo de su máster, que no sabemos si quedará en anécdota o se lo llevará por delante. Los socialistas gozan y disfrutan con tranquilidad ante el despiste y la recomposición de Podemos y Ciudadanos tras la pérdida de los populares como blanco de sus ataques. A la vuelta del verano saldrán nuevamente de cacería. Será el momento en que Sánchez evalúe el riesgo de caída libre y decida si es cuestión de aguantar o avanzar, incluso evitar que vaya marcha atrás. ¿No les parece?