Han pasado ya más de tres meses desde las elecciones del pasado 26 de mayo y estamos como al principio, con un gobierno en funciones, que no es la mejor manera de llevar las riendas de un país ni ofrecer una imagen de confianza para el exterior. Un puro fracaso. La responsabilidad tiene padre y madre.
A Pedro Sánchez le corresponde gran parte, pero hay que respetarle que fue quien ganó y es la primera fuerza en escaños. Tampoco se le puede reprochar pasar por el trágala de tener un gobierno paralelo sentado en el consejo de ministros ni ceder a troche y moche. Las imposiciones de Pablo Iglesias eran difícilmente asumibles aunque renunciara a entrar en el Ejecutivo, y ha fracasado porque ya no habrá coalición. La distancia que existía desde siempre entre él y Sánchez se ha convertido en un abismo en el que es imposible que puedan tenderse puentes a corto plazo. El de Podemos auguró que si el líder de los socialistas no formaba con ellos la coalición, nunca sería presidente. No estoy muy de acuerdo, le auguro un peor recorrido a Iglesias, que va de fracaso en fracaso, y se le cuestiona dentro de su conglomerado político. Su oferta de última hora desde la misma tribuna del Congreso reveló la falta de visión, la desesperación por su fracaso personal y el de una formación con una inexperiencia institucional que haría temblar los cimientos del Estado, porque ni siquiera con Carmena en Madrid hicieron que cuajara su proyecto.
Sánchez también ha fracasado, pero menos. No ha caído en manos de las fuerzas del mal y eso le permite seguir jugando. La bola volverá a dar vueltas a la ruleta y cada uno hará sus apuestas. Los mirones nunca pueden quejarse. Si no juegan ni colocan fichas en el tapete nunca ganarán. Y me refiero al Partido Popular y Ciudadanos. Casado ha tenido un papel correcto e incluso ha reiterado a los socialistas su ofrecimiento para grandes pactos de Estado, pero Rivera se ha descentrado, quiere llegar incluso a las barricadas para hacer frente a esa obsesiva ‘banda’, que no deja de ser una postura intransigente que le provoca discrepancias y bajas entre los suyos. La acertada estrategia de Ciudadanos frente al PP de copar todo lo que esté a la derecha de Sánchez le fue bien en la anterior partida electoral, pero ahora hay que administrar y tomar posiciones ante la próxima ronda.
No es cuestión de poner todas las fichas en un número para multiplicar por 36 veces lo apostado. Existe la suerte sencilla, donde uno tiene el 50% de probabilidades de obtener lo que se juega. No es para avariciosos ni ambiciosos pero permite a uno seguir pendiente del azar y ganar tiempo. Rivera y Casado, en disputa por un mismo espacio, están en el mismo disparadero y deben ir al alimón. El ‘tic-tac’ de las elecciones se ha puesto en marcha y empieza la bola a rodar. ¡Hagan juego, señores! Decir que hay que ir a otras elecciones es lo mismo que afirmar que el voto de los españoles no ha servido de nada. ‘El no es no’ de Sánchez es verdad que fue un mal precedente, pero la abstención no significa colaboración sino evitar un mal mayor. Con la sentencia del ‘procés’ en otoño haría falta una mayor cohesión de las fuerzas constitucionalistas para evitar males mayores y acabar con una inestabilidad que no beneficia a nadie. España necesita un gobierno, nos guste más o menos, y Sánchez está obligado a ofrecerles algo a cambio de esa postura si quiere salir triunfante como lo ha hecho frente a Iglesias. Lo que no tiene sentido es que alguien juegue a la ruleta rusa con el cargador lleno de balas para ir a las urnas en noviembre. ¿No les parece?