Por favor, no tardes

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“Una semana para vivir lo soñado, y un año para soñar lo vivido…”

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Te has ido ya, y me da la impresión que ni siquiera tuvimos tiempo para despedirnos, para darnos el último abrazo y decirte lo que te iba a echar de menos. Tampoco creo que hiciera falta, porque tu bien sabes que solo se medir la vida con el metro de tus días. Por eso, allá donde estés quiero decirte una vez más que no dejo de echarte de menos, que nunca voy a poder olvidarte y solo el estar contigo nuevamente podrá suplir los silencios y las ausencias que ahora todo lo llenan.

Si, tu lo sabes… tenía tantas ganas de verte, de mirarte llegar, de volver a abrazarte como hacía tiempo no podía. Mi necesidad era pasar contigo las horas, mirándote, simplemente mirándote para ver si era verdad que habías cambiado tanto. Conté los días, las horas, los minutos que de ti me separaban; medí la distancia exacta que hay entre mis labios y los tuyos cuando los meses se ponen entre medio. Soñé tanto con que llegabas, que cuando al fin cruzaste la puerta, ni siquiera me di cuenta que tu ya estabas aquí… y empezabas, a la vez, a irte. Me parece ahora que todo fue, simplemente, un pestañeo del tiempo.

Tengo que echar mano de las fotos para saber que estuviste, que fue verdad, que no fue otro dulce desvelo de las noches de invierno. Tengo que echar mano de lo que me has ido dejando para saber que estuve despierto y que te vi, y que te hice mía, que enredé mis dedos en los cabellos de tus horas y nos amamos en plena calle sin importarnos el tiempo y el lugar. Que te quise, que solamente te quise…

Hoy que te has ido ya, miro a mi alrededor y todo me recuerda a ti. La felicidad no es más que recordar lo vivido, lo mucho vivido contigo de la mano. Cierro los ojos y siento el escalofrío de aquella música que te escuché cuando el Dios de los granadinos se ponía en la calle demostrando que el tiempo puede pasar, pero solo Él permanece. O cuando te acercaste a mi oído en el callejón y dejaste que las bambalinas hablaran contando la lucha del bordado con la rama del geranio, de la plata con la cal blanca de la pared, del ayer con mi mañana…

Me parece estar aún esperándote sentado en aquella calle donde hacen miradores para ver llegar la gloria. Y en mis labios escuece el dulce sabor de la canela y el azúcar. Aprieto los ojos y me doy cuenta que he sido seis días tuyo, solo tuyo… tan tuyo que podría decir de carrerilla cada lugar que pisamos, cada llamador que sonó, cada saeta que cortó el aire, cada pisada que hizo temblar el suelo en ese racheo largo con el que rozan los costaleros la piel de la ciudad. Los tres primeros golpes en aquella iglesia bajo la palmera, la primera saeta que llenaba todo de paz; la solitaria espera en una plaza donde no cabía más gente; el calor de aquella tarde que se vistió de barrio; el sol haciendo brillar con fuerza el dorado y una lanza… Me imagino que estás otra vez aquí, que vamos juntos hasta una rampa por la que bajan nazarenos cuando el río se esconde; que me dejas mirarte desde arriba convertida en una gitana que se enjoyó de cobres los pechos. No se si lo he soñado, o de verdad lo he vivido… no lo se. Pero hay un tambor ronco y seco que redobla en mi interior y me llena de silencio; que me pellizca el corazón y me dice que fuiste mía, solo mía aquella noche en la que uno no sabe si es más verdad lo que sus ojos ven o lo que las paredes reflejan. Esa noche en la que uno puede estar viendo como la Estrella brilla en lo más alto, pero a la vez siente en la lejanía el temblor de cinco esmeraldas de Esperanza temblando sobre un pecho.

Me he sentido dentro de ti estos días viendo como desde tu interior parecía surgir un Cristo crucificado que perennemente muere, pero que nunca muere del todo. A veces me pregunto cómo puedo echarte tanto de menos. Por qué eres tan importante en mi vida que no hay un solo día en el que de ti no me acuerde. Abro cada mañana la ventana y pienso en ti, aunque se que tu todavía no vuelves. Falta mucho, mucho para tu regreso, pero yo aquí sigo amándote y esperando a que vuelvas. Porque sabes, lo mejor de esta historia, la tuya y la mía, es que tu eres fiel y leal a pesar de todo, y aunque yo te fallara tu volverás a salir a mi encuentro.

Te acabas de ir, y ya te estoy esperando. No tardes en volver. Por favor, no tardes.

Pd.- A veces pienso que tu grandeza escapa de cualquier límite y eres capaz de, en tu idioma, decir muchas cosas. Por eso gracias por los regalos que se que me has dejado. Te has ido, pero estos días me has regalado la amistad de gente que se que es verdadera, de personas con las que espero poder compartir muchos días y momentos; unos nuevos, otros ya conocidos, pero se que con ellos será más fácil esperar tu regreso. Gracias a vosotros, estos días fueron diferentes.

Hermanos

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