Publicado en el Suplmento de Cuaresma de IDEAL del viernes 6 de marzo de 2015.
Cada día la calle Gracia se le hace más cuesta arriba. Sus piernas parecen pesar más de lo que él quisiera y aquel gastado bastón teme que alguna mañana le falle. Pero hoy, precisamente hoy, no puede quedarse en casa. Tiene que cumplir con la tradición, la de cada Cuaresma, y eso que él no es hermano de ninguna cofradía, ni siquiera nació en aquel barrio, ni nunca destacó por darle protagonismo en su vida a las cosas de la religión.
Pero hoy, precisamente hoy, tiene que acudir a la Magdalena. Y lo hace con ilusión, pero sin fuerzas; con el corazón encogido, pero con ganas; con lágrimas en los ojos, pero como cada año. Como lo hizo el anterior, y el anterior, y el anterior del anterior. Como siempre hizo desde que la conoció a ella, a aquella amiga, compañera, madre y esposa que hace ya doce años que se le marchó pero que cada primer viernes de marzo parece tenerla más cerca cuando repite lo que ella le enseñó a hacer.
Cada año, cuando sus labios temblorosos se acercan y besan la fría madera de aquel pie desgastado por la devoción, recuerda lo mucho que ya tiene vivido. Recuerda penas y alegrías, esperanzas y nostalgias, la cara de sus hijos y lo que llega a pesar el tiempo. Pero, sobre todo, se acuerda de ella. Del día que la conoció caminando por Puentezuelas; de la tarde aquella de Semana Santa que, a escondidas, le dio su primer beso. Revive el día que se casaron ante el Rescate, y cuando fueron llegando los niños, y los bautizos, y las comuniones, y las bodas… y hasta la tarde que tuvo que darle el último adiós.
Todo eso en un beso.