Cuando te casas con una extranjera, como es mi caso con una india americana de la tribu sioux, que entre nosotros podría haber encontrado a una aquí al lado, pero bueno… uno que es así; pues al principio hay muchas palabras que no entiendes o no comprendes, pero poco a poco pasan dos cosas: o le corriges o esos vocablos mal pronunciados los aceptas y pasan a formar parte de tu acervo cultural aunque solo tú y ella los entiendas.
Nosotros hemos avanzado en algunas palabras; y ahora la sioux, cuando va a la carnicería, ya no pide «ternura» y sí «ternera», y en la pastelería ya sabe (porque vivió 15 años en Francia) que no debe decir «gateau» (gató) cuando quiere comprar una tarta, que allí los miaus… ni verlos, aunque si es por hacer felices y hacer reír a los dueños de la pastelería…. neniña di «gató» toda la vida, total…
Ahora estoy en la fase de explicarle que los botones de las camisas no son los «granitos», que son «escaparates» y no «escarapates» y que las «orejas» no son los cojines, aunque sea muy pero que muy cierto que si te echas una siesta allí planches la oreja. Y estas clases iban bien, pero que muy bien, tras indicarle que la señora que tiene enfrente con bata blanca es «terapeuta» y no «teraputa», cuando ayer casi me mata de un susto porque entramos en un supermercado y me dice: «No encuentro tu tornillo».
En confianza. Que tengo una tara lo sé, pero que estaba convencido que nadie se daba cuenta… también. Así que cuando oí eso del tornillo casi se me para el corazón porque lo primero que pensé fue: «Tenía que ser, tenía que ser; se ha dado cuenta, se ha dado cuenta que me falta un tornillo. Adiós matrimonio, adiós unión para toda la vida, tanta intimidad tanta intimidad… tenía que ser».
Y así estaba, ya casi cabizbajo, imaginándome a ella cogiendo las maletas y tira pa Alemania Pepe o para la Reserva india diciendo «es que me he casado con un imbécil», pero como vi que no miraba al suelo buscando el «tornillo» me dio un cierto alivio, no mucho, pero sí algo; y como estaba en la zona de lácteos me dije: «¿A que ese tornillo no es el tornillo que pienso sino que es algo relacionado con algo que esta aquí en las estanterías?.
Y entonces empecé a analizar si los productos que veía se parecían a la palabra «tornillo». Queso… no; yogurt, tampoco; mantequilla… ni hablar; leche… ¡¡¡qué va!!!. Hasta leí las palabras al revés por si las moscas, y con «yogourt», que era como la más rara, me salía «truogoy».
He de reconocer que a esas alturas del profundo estudio etimológico, alguno que pasaba a mi lado me miraba un tanto extrañado porque para leer la palabra al revés tenía que inclinar la cabeza a la derecha casi poniéndola en horizontal y medio en voz alta iba diciendo «tru-o-go-y», que empieza también con T como «tornillo», pero de «truogoy» a «tornillo»… lo que falta.
Así estaba, ladeado como si me hubiera dado un ictus, cuando volvió a decir: «no encuentro tu tornillo», y como vi nuevamente que no llevaba en la mano una maleta para fugarse ni un billete de avión, pues ya estaba más tranquilo, dejé de estar como un flan y de repente, fue pensar en lo del flan y… ¡¡¡¡esoooooo, flannnnnnn, el flannnnnn!!!!!!!, ¡¡¡¡¡ claro, claro, claroooooo!!!!!, ¡¡¡¡el tornillo es el tocinillo!!!
Yo a ti no sé si te habrán pasado cosas así, que igual te has casado con una de Almuñecar o de Vega de Valcarce y es peor, ni idea; pero en cuanto vi el tocinillo, se lo enseñé y la vi sonriente…. ummm, como te diría, una tranquilidad, una paz, una serenidad me entró, porque qué haría yo en la vida realmente sin ella… y es que a la sioux ya me he acostumbrado, Caballo Blanco es como de casa, y hasta a veces pienso si yo en algún momento en otra vida habré sido de alguna tribu, no paro de hacer el indio…
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