Después de haber asistido al nacimiento de comisiones variopintas, de planes estratégicos, de consejos sociales, simposios y seminarios, pensé que la política no podía alumbrar ninguna farfolla de mayor calibre hasta que se presentó la ‘Ley de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno’.
Cualquier periodista sabe que las verdaderas noticias residen en aquello que se pretende ocultar. Es demasiado ingenuo pensar que una administración exhibirá en Internet sus adjudicaciones al borde de la ley de contratos (que las hay), los informes contrarios de secretarios e interventores, las facturas atrasadas de los compadres, las deudas compensadas a constructores o las subvenciones a organizaciones afines. Todo eso habrá que buscarlo.
Y para conseguirlo habrá que dejarse el hígado en la barra de los bares hasta que otro sinvergüenza igual que tú esté lo suficientemente borracho como para entregarte el cuchillo con el que al día siguiente le pegarás la puñalada en el periódico. Habrá que acostarse alguna vez sobre los brazos del diablo y pactar con el enemigo. Observar en lugar de mirar. Interpretar antes que leer.
Como siempre.
Pero el veradero problema de la Ley de transparencia es que no se la cree ni el gobierno que la promueve. Que en los ministerios y sus gabinetes se sigue pensando de los periodistas que son marionetas manipulables a las que ni tan siquiera se les deja hacer preguntas.
Soraya Sáenz de Santamaría disponía de una buena ocasión para demostrar que el invento no era boutade.
Ahora que el Gobierno ha repartido dinero público para que los ayuntamientos paguen a los proveedores, tenía la oportunidad de exponer cómo y con quién se lo ha gastado.
Preguntado ayer el Ministerio de Hacienda no quiso aclarar ni los planes de ajuste que han sido aprobados ni los que se han quedado fuera. Mucho menos la cantidad de las facturas y el importe detallado. Tampoco ofreció datos la Subdelegación del Gobierno en Granada.
Si esto es ahora, me imagino qué será de la Ley de transparencia cuando toque rendir cuentas del dinero negro que se haya declarado.
Nos ha quedado todo meridianamente transparente.
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