Ignacio Fernández no ha acudido esta mañana a su duelo. Pero solo los muertos asisten a sus entierros y se equivocan quienes piensen que el exalcalde de Otura es ya un cadáver político.
No es que a estas alturas me haya entrado el remordimiento de un leñador al ver el árbol caído, pero tengo el vicio incorregible de colocarme del lado de los que pierden, aunqeu para ello tenga que cambiarme de bando constantemente.
Podría seguir otra semana alimentando el mismo culebrón, con facturas, cartas y casos pendientes en varios continentes. Pero entiendo que Ignacio ya ha quedado en paz con la opinión pública y ahora le toca actuar a la justicia.
Ignacio tiene tanta facilidad para generar antipatías cuando está ausente como habilidad para convencer a sus enemigos en las distancias cortas. Cuando supere su oportuna indisposición transitoria regresará y los trileros son quienes mejor saben donde esconden la bola. Mientras tanto, la dirección del PP tendrá tiempo para reconstruir desde cero un grupo municipal que fuera no tiene ni rivales ni oposición.
Quién sabe si Ignacio volverá a conciliar el apoyo que él mismo perdió a golpe de despropósito. Ya nada sorprende.
Pero la realidad es que, hoy, de Ignacio solo queda un sillón vacío, que también puede ser un sitio reservado, según se mire. Entre todos los que le hicieron la pelota cuando era alcalde no ha sido capaz de reunir un puñado de seguidores que jalearan su ausencia. Tiene que ser jodido que te echen los mismos que comieron de tu mano y que nadie se acuerde de ti cuando dejas de aparecer en las fotos.
Todavía quedan algunas papeletas por resolver. Como certificar si las obras que se facturaron se hicieron en realidad o no.
Puede que Ignacio haya sido un pirómano pero probablemente no ha sido el único que jugó con fuego en el Ayuntamiento de Otura.
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