Estoy convencido de que las noticias más escandalosas son aquellas que no podremos demostrar. Es el mayor trauma de un periodista, que dedica más tiempo a las cosas irrelevantes que nunca ocurrirán que a los hechos trascendentes que verdaderamente suceden.

El rumor es unas veces la antesala de la información pero en la mayoría de las ocasiones no es más que un chismorreo que nunca se convertirá en noticia, aunque merecería serlo.

Si fuese verdad todo lo que hemos conspirado no quedaría sobre esta tierra ninguna persona honrada y, probablemente, yo sería uno de los que no tendría los pies en el suelo.

Me han contado -con nombres y apellidos- de políticos que transportaban billetes en bolsas del supermercado barato; alguno que vendió a su alcalde en una moción de censura y lo cobró en una bolsa de monedas; otros con propiedades en el extranjero; y muchos que han actuado en connivencia con empresarios.

Las mayores sospechas no provienen de la verdad, sino de la envidia.

Y también a mí me han hablado de correos electrónicos anónimos, de profecías sobre adjudicaciones de obras que se cumplieron, de fajos de 500 euros… Y aunque tengo algún indicio y hasta algún papel comprometido, no dispongo de elementos suficientes para señalar más nombres de los que alguna vez he escrito.

Por eso no contaré en un titular lo que no sea capaz de contarle a un juez.

Por eso y porque no quiero que Pepe Torrente me denuncie.

Salvo que sea en el juzgado de Mercedes Alaya, claro está.