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Loles López remató el lunes su discurso en Granada con un eufórico ‘¡Arriba España!’. La entiendo; a mí también hay veces en las que me traiciona el inconsciente y se me va el santo al muslo.
Sucede que uno se deja llevar por la intensidad del momento y lo mismo acaba comprometido a correr una maratón que lanzando vítores a la madre patria. Todo depende del cristal del cubata con el que se mire.
La cosa sucedió tal que así. El día que el Parlament catalán aprobó su plan rupturista, en el transcurso de una junta directiva del PP en Granada, una militante anónima exclamó espontáneamente con ardor un ‘¡Viva España!’ de los de tarde soleada de corrida.
Normalmente, cuando escucho estas cosas se me van los pies. A Loles, en cambio, le bailó la lengua.
Cuando la secretaria regional del PP recogió la proclama de la simpatizante -eufórica entre flores, fandanguillos y alegrías-, la alcaldesa de Valverde que llenó su campaña de corazones antes de que los descubriera Twitter respondió con fervor: ¡Arriba España! Tararátachín, tararatachín…
La frase no es que sea “desafortunada” por sus reminiscencias franquistas, como se ha excusado Loles; el problema es que resulta desagradable. A mí me gritan ‘¡Arriba España!’ y entro automáticamente en un estado de sopor que me vuelvo a la cama. Cosa distinta sería ‘¡Convida, España!’, por ejemplo, que te entran ganas hasta de brindar con María Dolores de Cospedal mientras le tarareas los primeros versos del pasodoble: “Sólo Dios pudiera hacer tanta belleza”.
Ha hecho bien el portavoz del gobierno andaluz, Miguel Ángel Vázquez, en no regodearse en el desliz. Y la número dos de los populares en excusarse por el error.
Si alguien quiere meter la pata sin pedir disculpas que se haga periodista.
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