Hay cosas que uno retrasa inconscientemente de un día para otro y cuando se percata han transcurrido trece años. Esta mañana he acudido a la oficina del padrón dispuesto a superar un test de malafollá –si hiciera falta- para que el Ayuntamiento me reconozca como granaíno converso. Al revisar la base de datos, la funcionaria ha reflexionado en primera persona del plural en voz alta por si acaso me daba por aludido:

-Luego criticamos a los políticos. Hay obligación de estar empadronado donde uno reside -me ha parecido que se vengaba de algún artículo que no fue de su agrado.

A punto ha estado de escapárseme un ‘disculpa, miarma’ pero lo he retenido a tiempo antes de ser rechazado y convertirme en un apátrida.

Llevaba razón; pero es que como españolito que soy –ahora mismo en funciones- tiendo a la evasión y al escaqueo.

Lo estamos viendo estos días. Si un medallista olímpico como Urdangarin juega al pádel con un tirillas como Jaume Matas es probable que no sea por hacer deporte. Y Jordi Pujol ha justificado ante el juez que más que honorable era ahorrable y guardó varios millones en Andorra como el que custodia en una hucha el sobrecito de la Primera Comunión.

Me mandan esta fotografía tomada hoy en un pueblo de Granada; con una placa mucho más directa -y supuestamente más barata- que un vado permanente; aunque, por lo que se aprecia, poco efectiva:

“Cochera de un gitano malo. Por favor, no aparcar”.

Soy más bien de los que rodean una manzana antes de pasar por una cancela que advierta de la presencia de perros peligrosos. Puestos a evitar que estacionen junto a la puerta quizás habría que haber recurrido a otros elementos más disuasorios: como un despertador o una hormigonera.