José Torres Hurtado se marchó ayer a su piso “pequeño” de 120 metros cuadrados. Una de las ocho viviendas que constan en su declaración de bienes.
Lo mejor y lo peor de sus trece años tiene como argumento el urbanismo. Las grandes reformas urbanas con las que empezó en la etapa de Nino García Royo; las operaciones de la ciudad que ha sido incapaz de negociar con otras administraciones en una década; y, por último, el ladrillazo de la ‘Operación Nazarí’.
No es sólo que Torres Hurtado se haya marchado del Ayuntamiento por la puerta de atrás, sino que lo ha hecho entre cartones.
Sin duda, este no es el epílogo que merecía la persona que más apoyo electoral ha tenido en la historia de la democracia en Granada. Pero ha sido el guion que él mismo se empeñó en interpretar cuando, hace ya algún tiempo, confundió la política con una causa personal. De hecho, su última transformación ha sido en conductor suicida para matar al copiloto.
Evidentemente, el PP no reconocerá en público que ha dilapidado en cuestión de dos años un colchón electoral de dos décadas. Pero tras la marcha de Torres Hurtado queda un grupo municipal dividido que sólo se podrá reconstruir si median, al menos, otro par de dimisiones. Un partido convulsionado a las puertas de otras elecciones que ha arriesgado el diputado de ventaja que sacó al PSOE por tan sólo 743 votos. Y las relaciones rotas en la capital con su único socio posible.
Y, para colmo, tanto la dirección regional como la nacional sabían de estos riesgos y de sus consecuencias. Los encontronazos de Moncloa y sus ministros con el dimitido alcalde han sido al máximo nivel y la ruptura de las relaciones llegó a tal punto que los unos ni siquiera acudían a las convocatorias de los otros y cuando coincidían casi ni se miraban a la cara.
El PP mantuvo a Torres Hurtado con la estrategia de que un día cayera por sí solo. Pero ha sido Torres Hurtado quien ha dejado caer al PP.
Es lo que sucede cuando dispara el pianista.
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