Hay varios tipos de hombres —tampoco muchos— y yo soy de aquellos tan primarios que acuden a hacer la compra de la casa justo cuando se han quedado sin cerveza. Cualquiera que haya sobrevivido en un piso de estudiantes puede subsistir durante días mezclando los restos de alimentos más insospechados —recuerdo aquella ocasión en la que mis únicos víveres eran mantequilla y una lata de mejillones en escabeche—. Sin embargo, llega una determinada edad —que viene a coincidir con la Edad Media— en la que un periodista —incluso una persona— no concibe abrir el frigorífico y no encontrar cerveza suficiente como para resistir en caso de que se precipitara el fin del mundo. O lo que es peor, que se vaya la señal de la televisión cuando juega el Betis.
Y en esas circunstancias estaba el Día de Todos los Santos, confiado en que estuviera abierto un Mercadona en el que poder remediar verme al final de la jornada reducido a agua; que, puesto a elegir, prefiero transmutarme en cenizas. Y en el preciso instante en el que compruebo que las persianas estaban bajadas, recibo un mensaje del compinche Jesús Lens en el teléfono móvil con la siguiente imagen:
—Quillo, que el autobús de Antequera ha llegado a la estación de Andaluces de Granada con cero pasajeros —me alerta.
Probablemente, él diría ‘polla’, porque es muy granaíno, pero como esta es mi versión de los hechos voy a otorgar a Lens acento sevillano —para fastidiar—; y déjate que no acabe el artículo vestido de corto, él que es tan largo.
Hace una semana que Granada consiguió el meritorio hito de que el viaje en tren hasta Sevilla sea íntegro en autobús; que es tan absurdo como tomar el sol a la sombra:
—Los granaínos es que son muy suyos, y Renfe no puede competir con la Alsina —le respondo con esa mezcla de malaje sevillano y malafollá sobrevenida que me caracteriza.
—Los buenos viejos tiempos —rememora Lens con la nostalgia del granadino del Zaidín que celebra que haya autovía de la Costa pero añora el puntito que tenían los Caracolillos de Vélez.
En este momento no puedo evitar ponerme en la piel de ese conductor de autobús sin pasajeros, que puede sintonizar Radio Olé sin que nadie le incordie; y envidio la tranquilidad de quien viaja sin tener que tararear los Catajuegos.
—Lo mismo el autobús venía cargado de espíritus invisibles —argumenta Lens con sorna.
—Ofú, compare —resoplo—. Pues más fantasmas ya no caben en Granada.
Estos chistes facilones funcionan muy bien por whatsapp porque el interlocutor se siente obligado a reír la gracia con un emoticono.
—Ji, ji. Qué arte tienes, miarma —corresponde Jesús a punto de arrancarse por los Cantores de Hípalis—. Granada: capital del Deporte, la Música, la Ciencia… y de los Fantasmas.
—Y los fantasmos —matizo—. Que estamos a las puertas de la campaña.
Pues el martes del a semana pasada y cada vez que paso con el metro por Andaluces, siempre hay gente bajando o subiendo al bus de Antequera