La redacción de un periódico es como tu familia. La única diferencia es que en la redacción pasas más tiempo que en tu propia casa.
Con tus compañeros de mesa discutes, te ríes y te emborrachas. Un periodista que llegue a los cuarenta sin el colesterol y las transaminasas disparados es que no hizo bien su trabajo. Yo lo conseguí a los treinta; pero más que por instinto periodístico fue por genética.
A tus colegas les cuentas medias verdades para llevarte una exclusiva; igual que a tu pareja -si tienes la suerte de que se quedara dormida- le dices que llegaste a casa una hora antes. Con ellos compartes las glorias -tan efímeras en este oficio- y sobre todo las penas cuando no tienes una noticia que llevarte a la boca.
A diferencia de cualquier otra profesión, un periódico no se puede dejar para mañana -ya sea un periódico de papel, un digital o cualquier otra cosa que inventen por ‘whatsapp’-. Porque las noticias siempre son para ayer.
Y esto sólo lo comprende quien estaba en una redacción mientras su familia festejaba un cumpleaños, aquel día en que los amigos despedían a otro amigo o la noche que el Betis ganaba un título -que con los pocos que ha gana ya es mala suerte que te pille en el tajo-. El resto podrá comentar la faena o torear de salón, pero nunca se habrá puesto delante de un toro; un morlaco tan jodido como una noticia, que algunas veces te lleva a la portada y en la mayoría de las ocasiones a la enfermería.
Hoy nos han dado el Premio Andalucía de Periodismo. A mis jefes y a todos esos compañeros a los que coordino con esa mezcla imperfecta entre malafollá y malaje sevillano que atesoro con los años; los que soportan mi empeño casi enfermizo por afinar los titulares; a los que altero los descansos en función de las ‘necesidades informativas’; los que se generaron conmigo alguna dioptría mientras buscábamos entre líneas el renglón torcido. Con los que me aprendí de memoria el menú de la esquina y aquellos con los que nunca me pondré de acuerdo por la calefacción y el aire acondicionado.
Con todos ellos me iría con los ojos cerrados a cualquier cobertura informativa.
A una guerra no, que siempre fui un pelín cobarde.