Se cumplen dos años de la última victoria electoral de Susana Díaz. Hay veces en las que trae cuenta perder, siempre que se sepa administrar la derrota.
Si aquel 2 de diciembre del tan lejano 2018 nos hubiesen preguntado por el gobierno de la Junta, muchos analistas habríamos apostado por que al PP le duraría el poder lo que tardaran en convocarse las próximas elecciones. Las casualidades no vuelven a repetirse porque, entonces, dejarían de ser casualidades.
Pero dos años después, las encuestas pronostican unos comicios abiertos y nos las creemos porque las encuestas vienen a coincidir con lo que pensamos nosotros.
A nivel estratégico, uno de los méritos de este bipartito ha sido mantener viva la expectativa del cambio. Hacernos creer que todavía estamos en ese tránsito desde los 37 años de socialismo al vergel de la modernización, la digitalización y la bajada de impuestos. De esta forma, Juanma Moreno -y Ciudadanos, por consiguiente- evitan que se fiscalice su gestión porque, en lugar de gobernar, lo suyo es ir gobernando.
No es cierto que dos años después se hayan recortado derechos ni privatizado servicios públicos, como alerta recurrentemente Susana Díaz. Ni tampoco es real ese cambio tan profundo que se pregona con aires triunfalistas desde el PP.
La pandemia distorsiona cualquier análisis, lo mismo que ha reforzado el perfil institucional de Juanma Moreno. Es difícil hacer cábalas políticas en tiempos tan inestables, donde la política apuesta más por las formas que por el fondo. Lo único que se puede afirmar es que el PP es quien tiene, en estos momentos, mejor escenario electoral en Andalucía.
Entre otras cosas, porque es el único partido que tiene un candidato.