El 26 de noviembre de 2018, a falta de una semana para las elecciones, Susana Díaz cambió su estrategia en el segundo debate y preguntó a Juanma Moreno y Juan Marín si estaban dispuestos a pactar con Vox para desalojarla de San Telmo. Seguramente, la candidata socialista tendría datos que la llevarían a esa pirueta a la desesperada. Pero fue Susana quien introdujo a Vox en la campaña; hasta ese momento un partido entre la hipérbole y el estrambote, sin representación institucional y que carecía de implantación territorial.
Analistas y periodistas no habíamos supuesto ni por asomo que el juez Serrano y los suyos entraran en el Parlamento andaluz. El miedo a Vox azuzado por Susana Díaz tuvo por resultado que los de Abascal consiguieran doce diputados determinantes para el vuelco político.
Tres años después, Vox ha evolucionado y no es ya un movimiento improvisado que monta mítines donde se cantan canciones de legionarios. O no es simplemente eso. Limpió a los advenedizos y oportunistas e implantó una fuerte y disciplinada estructura jerárquica que tiene como objetivo final llevar a Abascal a la Moncloa.
Y ante este plan tan obvio, el resto de partidos no ha sabido reaccionar ni salir de los mismos clichés que los votantes ya han dado por superados. Porque quienes blanquean a Vox son quienes lo votan.
Macarena Olona se ha presentado ante los andaluces como la “candidata del pueblo”. Frente a quienes la desacreditan por el mero hecho de ser paracaidista, ella se identifica con el pueblo, que es un lugar ubicuo que puede estar en cualquier parte.
¿Qué ha hecho el PSOE? Repetir el argumento del miedo con el que fracasó Susana. Mientras Juan Espadas habla de Vox, Macarena se dirige directamente al mundo rural para captar el voto socialista y de izquierda. Va un movimiento por delante.
El PP ha optado por ignorar -sin despreciar- la candidatura de Olona. Y Ciudadanos confía su supervivencia al mero hecho de resultar simpático. Hay quien ofrece menos.
El crecimiento de Vox, aunque las encuestas apunten que es ya sostenido, se debe a que, enfrente, no ha encontrado aún un discurso efectivo que lo contrarreste.
El relato político imperante no concuerda con el comportamiento del electorado. Basta con repasar las últimas elecciones en Castilla León. La subida de Vox no es necesariamente a costa del PP, por más que se visualicen como vasos comunicantes. También ha crecido a cuenta de los partidos que reclaman que los voten por miedo.
El ser humano -incluso el votante- siempre tiene la tentación innata de ir a la contra.