Andamos los periodistas andaluces entre desencantados y críticos con esta precampaña del 19J. Entre otros motivos, porque ya no somos los únicos mediadores entre los candidatos y la opinión pública, ni nuestros medios el soporte imprescindible para llegar al electorado y trasladar los mensajes. Además, nuestra crítica ni siquiera supone en apariencia un rasguño para algunos políticos, entregados al masaje y la adulación de influencers y aquellos otros que, bajo el pretexto del periodismo, ejercen el activismo indisimulado.
Es lo que toca. Si, de pronto, quienes aspiran a gobernar a los andaluces se desprendieran de los mensajes insustanciales para colocar un tuit o un titular y se limitaran, exclusivamente, a explicar sus propuestas -el que las tenga-, seríamos los primeros que, impotentes y aburridos, no tendríamos nada que ofrecer a algunos de nuestros lectores que les interese lo suficiente como para llegar al segundo párrafo. La política actual no es más que el reflejo de una sociedad donde, una parte importante, no se detiene en una reflexión que supere media pantalla del móvil.
Los partidos políticos -unos con menos escrúpulos que otros- se han percatado de que este es el camino más directo y el que requiere menor esfuerzo para llegar a sus potenciales votantes. Podrían haber ayudado a romper una espiral que lleva a la estulticia y no contribuir a esta vida tan acelerada que impide pensar. Pero la política es una noble empresa a largo plazo gestionada por demasiados políticos cortoplacistas.
La amenaza no es nueva, diría que más bien cíclica. Ya Azaña advertía a quienes se acercaban a sus mítines: “Desechad los peligros del lenguaje figurado, que acuña expresiones perniciosas y dudosas que la gente acaba por manejar sin examen de su contenido y que puede colocar el ánimo de la opinión en una situación falsa”.
Por eso, en lugar de convocatorias públicas, muchos sirven discursos guionizados a través de sus propios canales, donde no existe margen para el descuido que desvele la verdadera condición del candidato. O difunden vídeos editados en los que no se aprecia si, además de los vítores incondicionales, hubo alguien que hiciera algún reproche.
Además, invirtieron la función social atribuida a la prensa, como mediadora de la opinión pública y fiscalizadora del poder. Ahora son ellos quienes fiscalizan e interpelan a los periodistas; con la complicidad de una parte de la sociedad a la que -vamos a reconocerlo- caemos mal. No se percata de que, en realidad, al anular a los periodistas lo que estos políticos persiguen es quedarse sueltos de manos para que el público deseche la verdad y se decante por la mentira, que es mucho más divertida.
Probablemente, poco podamos hacer distinto sin traicionar los principios honrados de este oficio; más que aguardar a que pasen estos tiempos efervescentes y, cuando la sociedad busque de nuevo un discurso crítico, independiente y reflexivo, nosotros sigamos ahí.
De esto hablaba en mi podcast… #Rumore
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