El tío del altavoz

Ambiente en el mitin de Vox en Granada el sábado 28 de mayo. FOTO: RAMON L PEREZ

Salgo a la calle paseante y libre oyente, un sábado de este final de mayo de precampaña y jarana. Me pregunto si antes de la pandemia existían tantas fiestas y ferias.

Me cruzo con las carretas del Rocío de Granada mientras regreso del Paseo de los Tristes con un candidato del PP; una coincidencia que no viene al caso. Recuerdo que siempre tuve curiosidad por hacer la romería y aquella ocasión que, de becario, me apostaron en el puente del Ajolí a tomar nota del paso de todas las hermandades. Acabé con una insolación. Demasiado lejos he llegado.

De camino hacia Puerta Real me cuenta los últimos datos internos que manejan, y que -según dice- sitúan a Juanma Moreno cerca de los 50 diputados mientras que Vox se estanca. En cierto modo, las encuestas también son una cuestión de fe. 

Por la fuente de las Batallas creo escuchar sones de sevillanas, y aunque mi alma quiera avanzar con las carretas hacia la Virgen de las Angustias, mi cuerpo tira de mí hacia el jolgorio. Mi curiosidad por la romería nunca fue tampoco para tanto. 

Olisqueo para ver de dónde sale el soniquete y reparo en un tipo con sombrero de paja, un altavoz colgado de un hombro y una pancarta con pinta de haberla improvisado hace un rato: “Yo voto a Macarena”. Esta gente existe y habita entre nosotros. Afortunadamente. 

Anuncian un acto público de Vox y me detengo a pleno sol, aunque ya no estoy para estos excesos. Un chico se sube al atril, avisa que pronto llegarán Macarena Olona y Santiago Abascal y pide que, en los instantes de fervor, se evite agitar las banderas justo en el tiro de la cámara que ha colocado el partido para grabar el acto. 

Como tengo tiempo me da por reflexionar, cosa que hago solo en momentos de aburrimiento. Las formaciones políticas se han convertido en medios de comunicación de parte. Editan sus propias noticias, difunden los mensajes medidos sin que los periodistas nos detengamos a diseccionarlos y sin que sus receptores los reciban con la menor crítica. Hasta aquí mi aportación profunda del día.

No hay sitio reservado para la prensa. Y yo lo agradezco. Nunca me ha gustado que nos coloquen en un corralito que nos impida movernos libremente y observar todo lo que sucede. Lo que me llama la atención en los mítines de Vox es que soy incapaz de trazar un perfil entre los asistentes. Veo mucho chaval joven que votará por primera vez, o ni eso; algún desencantado del PP que lo distingo porque aún viste como lo hacían los seguidores del PP en aquella época; alguien con pinta de exlegionario o, al menos, como yo me imagino a los exlegionarios; personas mayores; un barrendero que acaba de salir de servicio; alguien que parece de pueblo -además de mí-; y unos padres primerizos con un bebé. A estas alturas, me extraña que no me hayan identificado como periodista. 

Busco al compadre del altavoz, me pego a su hombro, y mientras tarareo una sevillana de Ecos del Rocío aprovecho para marcharse sigiloso. 

Por si alguien dudaba que el periodismo no fuera una profesión de riesgo.

 

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