Manual de regeneración

Como principio general, ningún presidente de ningún gobierno tendría que dimitir por una campaña de bulos,  acoso a su familia y el complot de algunos jueces. Cosa distinta es si esta es -sin más matices- la situación que vivimos en España.

Pedro Sánchez ha decidido resistir para limpiar el ambiente y lo ha hecho -dice- “gracias a esa movilización social” de los últimos cinco días. El proceso de escucha es selectivo, porque otras manifestaciones recientes, incluso más multitudinarias, se han obviado. 

Su alegato por la regeneración lo creen sincero desde el PSOE; lo estiman aún incompleto desde Sumar; lo ha tildado de ridículo Pablo Iglesias; se ha valorado como una pantomima electoral por el independentismo catalán; y se ha visto como una sobreactuación por el PNV. Sánchez no cuenta siquiera con la aprobación -en las formas- de sus socios parlamentarios. 

El fondo es incuestionable. ¿Quién se va a negar a un debate público más limpio y provechoso?  

Pedro Sánchez seguirá al frente de un Gobierno legítimo. Como legítima es también la crítica. Conviene no confundir la libertad de expresión con la libertad de difamación. Pero tampoco la adulación con el periodismo libre. 

El presidente ha dejado entrever en su comparecencia sin periodistas ni preguntas un paquete de reformas que afecten a la comunicación y la justicia. Conviene recordar que ya existen esos límites. Cosa distinta es que dispongamos de recursos para controlar la difusión de mensajes por canales ajenos a los tradicionales; que los políticos han explotado sin cortapisas hasta el punto de sobreponerlos a los medios de comunicación reconocidos y reconocibles.

Ellos prescindieron del periodismo vigilado y vigilante que ahora imploran. 

Un medio de comunicación está sometido a los límites de la ley y de su audiencia. No somos los periodistas los que tenemos reconocido el derecho a mentir. Son los políticos los que gozan de inmunidad en la tribuna parlamentaria. 

Para regenerar nuestra vida pública hay que acabar con los bulos. También con las mentiras de la política y sus campañas electorales. Solo si quienes aspiran a gobernarnos cumplen con la palabra y las promesas con las que solicitan el voto, tendremos una democracia plena. Al menos, más creíble. 

 

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