En la época de estudiante, en aquel piso del que era tan improbable que saliera un delincuente como alguien de provecho, lanzamos carteles a la calle donde iba escrito el anuncio “Sexo gratis en el 6B”. Lo extraño fue que ni siquiera subiera el portero para reprocharnos haber convertido el portal en un basurero; porque otra cosa no, pero a insistencia nos ganaban poco. Nos parecía una buena idea.
Cuando he visto al verraco en celo del Ahuja invocar a las “putas ninfómanas” me he sentido avergonzado y un tanto viejuno. Probablemente este chaval tenga satisfechos sus deseos sexuales más que nosotros en aquellas postrimerías del siglo XX, que éramos un poco pánfilos y nuestro mayor atrevimiento pasaba por ingresar en la tuna. Pero el jovenzuelo que llama al apareamiento a las chicas del Santa Mónica no cuenta con la ocurrencia suficiente como para pergeñar, al menos, unos vítores rimados en consonante. Las tradiciones no desaparecen por la barbarie -que toda sociedad tiene un toque bárbaro-, sino por falta de ingenio y porque se vuelven aburridas y predecibles. Y este ritual cavernícola ha muerto este año -afortunadamente- porque su último vocero ha sido un machirulo de mal beber y poca gracia. Probablemente, esta sea su mayor aportación a la civilización.
Y una vez que hemos condenado el vídeo de medio minuto, y antes de solicitar la castración química para todos los que se asomaron a las ventanas, vamos a analizar el problema real. Porque somos esa parte de la sociedad que se enjuaga su conciencia en los gritos del Ahuja pero no tiene ni la menor idea de lo hacen sus hijos. Lo mismo pensábamos hasta ver el vídeo que los chicos de los colegios mayores rompían la madrugada para recitar por el balcón versos de Benítez Carrasco mientras sus compañeras les responden con párrafos de Corín Tellado.
La realidad es que en algunos círculos muy generalizados de la juventud se incuba un nuevo machismo, tolerado y normalizado. Entre ellos y también entre ellas. Y esto exige una política educativa seria y una reflexión profunda.
El resto es politiqueo. La capacidad de indignación y sorpresa es subjetiva. Hemos visto a políticos rasgarse las vestiduras y secundar que se investigue a este inconsciente por delito de odio, mientras miden las palabras para no enfadar a los sátrapas que manejan los países donde matan a mujeres por quitarse un velo.
Difícilmente se puede hacer una reflexión más sensata y equilibrada. Coincidencia absoluta