Si la formación del Gobierno no dependiera de unas elecciones, tan solo de la habilidad -y los escrúpulos- para sumar una mayoría parlamentaria, Pedro Sánchez sería presidente sempiterno. En cambio, si los gobernantes se eligieran en función de las expectativas, sin necesidad siquiera de que abrieran la boca, es probable que Alberto Núñez Feijóo viviese ahora en Moncloa.
Las campañas electorales les sobran a ambos. A uno, porque para mantenerse en el poder tiene que enmendar su palabra dada. Al otro, porque cuando se expone en exceso de destapa que, más para el acierto, está capacitado para meter la pata.
Pedro Sánchez se ha entregado al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, transmutado en un simpático mitinero tipo Alfonso Guerra pero con menos gracia y mordiente. Y Alberto Núñez Feijóo ha delegado en fuentes próximas a Feijóo o en un alto dirigente de la cúpula popular.
O lo que es lo mismo, Feijóo abdicado en Feijóo sin nombre; como si Feijóo no estuviera del todo convencido de lo que el otro Feijóo dice y confiesa.
Es difícil confiar en alguien que manda en avanzadilla a su sombra.