Una de las definiciones más canalla y acertada de periodista se la leí a Manuel Vicent, cuando concluyó que un reportero es ese tipo que escribe a toda velocidad de cosas que generalmente ignora y lo hace de noche y la mayoría de las veces cansado o borracho y que no teniendo talento para ser escritor ni coraje para ser policía se queda sólo en un chismoso o en un simple confidente.
Me siento o me quiero sentir plenamente identificado. Pero sucede que, sin tener el suficiente talento para ser escritor ni el coraje necesario para ser policía, para mayor despropósito, me he atrevido a escribir una novela y, además, una novela negra donde hay policías, quinquis, desdichados y otros personajes de malvivir… como periodistas.
En algo sí tengo que darle la razón a Manuel Vicent, porque algunas de las páginas de esta novela las he escrito cansado y otras, probablemente, borracho. Aunque no me acuerdo.
En efecto, yo era uno más de tantos niños que querían ser escritor y guardaba sobre mi escritorio un diccionario de la lengua heredado y otro de sinónimos.
Pero resulta que aquel niño que quería ser escritor se hizo periodista y abrazó este oficio sin que hubiese marcha atrás. Y ya quiere ser periodista de por vida. Como dice mi maestro Antonio Ramos, quiero morir con una libretilla en la mano y reportero hasta el final.
En realidad, esta novela negra pretendía ser una crónica social. No me interesa la ficción por la ficción, y tampoco podía permitirme escribir 234 páginas sin llamar la atención, sin revolverme, sin provocar. No le tengo miedo al fracaso o a que no guste lo que escriba. Lo único que me preocupa es escribir algo que deje indiferente.
Es la crónica de los desdichados, los menesterosos, los desarrapados, hampones, vividores, supervivientes… Una novela de derrotados, que definió con acierto mi compañero Pablo Rodríguez. Aquellos a los que la vida apenas les reservó un metro cuadrado. Unos optaron por autodestruirse, otros por matarse y algunos quisieron ser los reyes de su metro cuadrado.
No quería que fuese una novela. Me habría gustado que fuesen las crónicas de la ‘Andalucía trágica’ de Azorín o cuando Goytisolo contó ‘La Chanca’. Seguí los pasos de Antonio Ramos en ‘Andalucía campo de trabajo y represión’ pero llegué a otro destino.
A la izquierda del padre es una crónica donde aparecen protagonistas sin escrúpulos, que manejan sus propios códigos. Pero también personajes que tienen su poética, su particular concepto de la justicia o la lealtad.
Y después está ese reportero novato que persigue la verdad a través de un suceso aparentemente intrascendente. Porque esta novela es también una reflexión sobre el periodismo. Donde digo cosas que quiero decir y otras que como no puedo decirlas las he puesto en boca de mis personajes.
Algunos de los que se han acercado ya a esta novela me han dicho que es dura. Puede serlo. Mi Vacie, mi poblado chabolista, no es una escuela de flamenquitos. Hay droga, prostitución y ratas que muerden a los niños en la cabeza.
Porque así sucedido y todavía sucede. Es una historia dura porque se parece demasiado a la realidad. Porque como está todavía por demostrar que tenga el talento necesario para ser escritor, esta es la novela de un periodista.
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Excelente novela.
Apenas la conseguiré, pero estoy entusiasmada, hace poco me leí las mejores novelas históricas y sigo en pie con ganas de leer mas y mas.
saludos