Hasta hace un par de días, Salvador Ramírez era un desconocido alcalde socialista de Lecrín, un pueblo de poco más de dos mil habitantes. Como todos, tendrá defensores y detractores, aunque los primeros serán mayoritarios; que para algo continúa de alcalde después de tantos años. Probablemente se estuviera pensando dejar el cargo dentro de poco, pues al fin y al cabo él es uno de esos muchos que no sacan grandes beneficios de su labor pública; aunque tampoco le vaya mal del todo, que nunca me creí a cuantos dicen que le pierden dinero a la política.
Pero hace dos días Salvador vino a Granada capital con la ilusión de dar una rueda de prensa para promocionar las fiestas de su municipio, la de los Santos Inocentes; a ver si ahora que la gente se vuelve loca por lo que antaño no le llamaba la atención convierte la celebración en una cita de culto, lo mismo que de un tiempo a esta parte se pirra por el pan con aceite.
Salvador no está acostumbrado a los focos y puede que el último flash que haya visto sea el que saltó el día que le hicieron la foto para renovar el carné. Probablemente, tampoco tuitea porque en sus tiempos hasta a los padres se les llamaba de usted. Y metió la pata. Mucho. Quiso vender la inocencia de su fiesta y acudió al peor ejemplo posible. Una rifa de mujeres –en este caso, la suya-, para vender un baile por poco más de diez euros.
En su pueblo ni siquiera las aludidas le han dado importancia. Argumentan que se trata de un paripé para representar algo que quizás se hiciera en tiempos remotos. Lo que ocurre es que cuando una tradición no está acorde con el momento se convierte en una aberración. Y mejor estarse quietos.
En las últimas horas a Salvador le han dado fuerte y flojo; unas por culpable y otras por demasiado inocente.
Lo que dijo no tiene justificación. Podría regodearme y hasta reclamar su dimisión. O ridiculizarle haciendo chistes sobre su ocurrencia. Que yo por diez euros no bailo ni con mi mujer; y menos el Despacito.
Salvador ya ha pillado lo suyo, así que criticaré a los que, además de escaparse de rositas, ahora reclaman solemnes al desafortunado alcalde que suspenda la disparatada rifa.
Aquellos que estaban en la rueda de prensa, como el diputado provincial de Turismo, que se colocó en el centro. A todos los que escucharon sus palabras y no las reprobaron públicamente y al instante. A los que no les pareció inoportuno el comentario hasta que se empezó a criticar en redes sociales. Los que se callaron 24 horas por si nadie reparaba –o quizás fueran ellos los que no se percataron- y ahora se reivindican como los guardianes de las esencias de las políticas de igualdad.
Y hasta los que ya tenían preparados diez euros porque con tal de salir en una foto no se pierden un baile.