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Un día de clase

 

Escolanía de la Virgen de las Angustias

El archivo de IDEAL esconde algunos tesoros. Esta imagen es uno de ellos y ha visto la luz tras sesenta años escondida en un cajón. La fotografía, que no llegó a publicarse en IDEAL, es del 26 de septiembre de 1952 y reproduce un ensayo de la Escolanía de la Virgen de las Angustias en una de las aulas del colegio que lleva su nombre. Monseñor José Fernández Arcoya, párroco de la Virgen de las Angustias, observa atento el trabajo del coro desde el atril reservado al maestro mientras el profesor de música, José Castaños Nicolás, toca el piano rodeado de los chavales elegidos para cantar en los cultos litúrgicos de la basílica.

Fernández Arcoya creó la Escuela, origen del Colegio ‘Escolanía Virgen de las Angustias’ que hay junto a la basílica, en 1948, para solucionar el problema de escolarización que había en el barrio de la Virgen. En la entrevista que el párroco concedió a IDEAL en aquella víspera del día grande de la patrona de 1952, aseguraba que la academia para los niños cantores era una de sus grandes preocupaciones. Tras cuatro años de trabajo, se vivía una reorganización, ya que varios  “cuenta con doce cantores, decía el párroco, dedicados a dar mayor realce a los cultos de la Virgen. José Castaños se esfuerza en conseguir un coro de treinta niños y formar una verdadera escolanía que no solamente prestaría servicio a la basílica, sino a cuantos sitios fuese llamada, con ventajas económicas para los niños que la forman. Con el fin de que estos niños no abandonen la escolanía, cuando quieran dedicarse a los estudios de Bachillerato, como ocurre –poco antes se marcharon siete niños a estudiar- tengo el propósito de crear una especie de academia donde puedan preparar los tres primeros años del Bachillerato, aunque tenga que examinarse en el Instituto”.

Los niños de la Escolanía recibían instrucción en la escuela parroquial creada para tal fin, al frente de la cual estaba el maestro nacional José Pallarés Núñez. En aquel año, 35 niños estudiaban en el centro. Estos niños recibían educación y se les facilitaba el material escolar necesario para sus estudios. Tenían constituida una mutualidad escolar con 2.250 pesetas.

El sueño de crear esa academia, no se cumplió e incluso poco antes de jubilarse Fernández Arcoyas, tras cincuenta y seis años al servicio de la basílica, reconoció que la espinita que tenía clavada era el cumplir con este proyecto, una casa de estudios para la escolanía, donde a la par que los niños estudien música, hicieran sus estudios de bachiller en régimen de internado. Además, reconoció el 25 de septiembre de 1960, su ilusión era instalar un carrillón cuyas campanas cantaran o tocaran el Ave María cada hora.

Vuelta al trabajo, vuelta al atasco

A comienzos de los años 70 el tráfico comenzaba a ser un serio problema en la ciudad. Desde finales de la década anterior se vivió una transición en la que el español dejó de ser peatón y se convirtió en conductor, la mayoría de Seat, que en aquella época fabricaba un millón de vehículos. Las ciudades y sus calles se quedaron pequeñas para tanto coche. Entonces, aquel caos de tráfico era el mejor signo de la ciudad moderna y el caminante se vio obligado a cederle sus calles y sus plazas a su majestad el automóvil. Aumentaban el número de viandantes atropellados y se sucedían los concursos de Educación Vial para los chavales, campañas de seguridad del peatón e incluso el periódico publicaba anuncios en los que se pedía al transeúnte el respeto por las nuevas señales de tráfico: «¡Peatón, respeta las señales de tráfico, que al no hacerlo puedes jugarte la vida. Cruza solo cuando se encienda la luz verde y hazlo siempre por el camino más corto, nunca en oblicuo», recomendaba IDEAL.

Atasco en Puerta Real. 22 de septiembre de 1970. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Atasco en Puerta Real. 22 de septiembre de 1970. Torres Molina/Archivo de IDEAL

En el año 70, en Granada circulaban 73.000 vehículos y había muy pocos sitios donde aparcar. En las plazas y placetas la circulación se complicaba con las dobles e incluso triples filas de estacionamientos. Zonas como Bib-rambla se ocupaban de coches desde primera hora de la mañana. No existía aún la zona azul, aunque ya se reivindicaba, tampoco un horario de carga y descarga y muchas vías estrechas eran de doble sentido. Era el caso de la calle Tablas en la que, además, se utilizaban sus aceras para dejar el coche. O Recogidas, convertida en garaje público gratuito. Y ¿recuerdan la calle Mesones abierta al tráfico? O el caso de la calle Moras, a espaldas del Teatro de Isabel la Católica, que se puso de moda entre la juventud. En muy poco tiempo se abrieron en la calle una boutique, varias cafeterías, una discoteca y una sala de fiestas e incluso una terraza muy concurrida a la hora del aperitivo. A pesar de ser una vía sin salida (desembocaba en la entonces llamada Comandante Valdés, que tenía escalones), los vehículos accedían por ella sin problema, con el consiguiente jaleo para coches y peatones. A pesar de todo se aseguraba desde la dirección provincial de Tráfico que no se tomarían medidas drásticas, como que en ciertas calles se limitase la circulación solo y exclusivamente a vehículos de transporte público, taxis y ambulancias. Así lo sostenía el jefe provincial de Tráfico, Eladio Fernández Nieto. El problema no había hecho nada más que empezar.

Coches aparcados en la plaza del Campillo Bajo. 21/09/1970 Torres Molina/Archivo de IDEAL
Coches aparcados en la plaza del Campillo Bajo. 21/09/1970 Torres Molina/Archivo de IDEAL

Cuando la Selección no pasaba de octavos

Aquel iba a ser el año del fútbol y fue el año de la decepción. La Selección perdió en octavos y ni siquiera la mascota nos hacía gracia, aunque hay que reconocer que con el paso del tiempo nos hemos reconciliado con «Naranjito». Esa cara redonda con sonrisa de carrillo a carrillo trajo suerte a Italia que ganó la final por tres goles a uno frente a Alemania. Tampoco llegaron los esperados «turistas del mundial», aquellos que iban a llenar los hoteles y dejar una millonada en divisas. A Granada llegó al Hotel Carmen un autobús con chinos, mexicanos y chilenos, pero pocos más se vieron por aquí. Lo único «naranja» que recaudó algunas pesetas fue la furgoneta que utilizaba la Policía Municipal para llevarse al depósito las motos que circulaban sin tubo de escape, que se pasó el verano poniendo multas. Pocos extranjeros, pero vino Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los Estados Unidos, que cuentan que se divirtió en la peña de la Platería y Farah Diva, reina del papel «couche».

Como venía siendo habitual, la Costa Tropical se convirtió en el destino preferido de los granadinos. No era extraño que el padre de familia se quedara en la ciudad y bajara al apartamento los fines de semana. Y mientras los chicos practicaban «wind surfing», la ciudad se llenaba de «rodríguez» y de jóvenes que solían coincidir en el Machaco, el Bimbela o el Enguix. Ese verano cerró el Mesón de la Plaza de Gamboa. Era muy populares sus menús baratos y su tortilla del Sacromonte, que decían que había probado Jorge Negrete o Henri Fonda (que, por cierto, murió aquel verano). Otro veterano de la época era la Sabanilla, entre Zacatín y Reyes Católicos. Sus toneles y columnas de hierro esperaban a los clientes que pedían vino de la Costa y sangría. También estaba el bar Granados, que era muy popular entre los pintores y periodistas.
Cuando el verano tocaba a su fin, el Gobierno Civil autorizó la práctica del nudismo en las playas de Cantarriján y La Joya, elegidas por la limpieza de sus aguas, porque estaban lejos de la carretera y porque tenían varios obstáculos naturales que impedían la vista desde el exterior. Nalgas al sol protegidas con Nivea o Coopertone.

Ambiente en una piscina de la Carretera de la Sierra. Julio Pedregosa 9 de agosto de 1982
Ambiente en una piscina de la Carretera de la Sierra. Julio Pedregosa 9 de agosto de 1982

¿Qué estarían escuchando en sus ‘walkman’ estos chicos en la piscina? Compruébalo haciendo click en la foto

 

Aquel verano de 1974

En el cine Tívoli del Camino Bajo de Huétor, Fantomas sale una vez más invencible y con un saco de diamantes en una bicicleta. Contra el monstruo de cara azul marino luchaba Luis de Funes y toda la colonia de San Conrado. Que esto de los cines de verano se cogía con ganas pero, a la larga, los vecinos se cansaban de tanta película gratis asaltando por las ventanas a las horas de sueño. En los demás cines de la ciudad, la clientela había bajado mucho, al igual que la calidad de las proyecciones. Prácticamente toda la cartelera estaba clasificada con un 3R, es decir, que el secretariado para espectáculos de la Comisión Episcopal las consideraba para mayores con reparos, y advertía de la sólida formación que debía de tener el espectador que osara atravesar aquella cortina que cegaba completamente la sala. «Rector en la cama» en el cine Granada; «Sexualmente vuestro» en el Goya; «Bajo las sábanas con la doctora» en el Gran Vía; «Danesas del placer» en el Regio, o «Más fina que las gallinas», otra de las pelis que se tragaron los vecinos de San Conrado, eran algunos de los títulos que ocupaban la cartelera aquel verano. Menos mal que estaban los cine clubs.

Granadinos disfrutan del fresquito de la fuente del Triunfo en una tarde de agosto. 1974 Torres Molina/Archivo de IDEAL
Granadinos disfrutan del fresquito de la fuente del Triunfo en una tarde de agosto. 1974 Torres Molina/Archivo de IDEAL

En cualquier caso, por aquel agosto no quedaba mucha gente en la ciudad. Los turistas se mezclaban con algunos jóvenes, chicos que sujetaban su vaquero de campana con un pañuelo anudado a la cintura, o chicas con vaporosos vestidos con los hombros o la espalda al aire. El Cebollas era el lugar de reunión para tomar una cerveza y, el quiosco de doña María, frente al Zeluán una auténtica institución. Abría toda la noche, y sus estantes despachaban desde un chicle de menta a una lata de mejillones, pasando por la barra de pan y tabaco.
También estaba la música. En España, donde la revolución beat o rock llegó tarde y descafeinada, los sectores más populares engullían música folclórica y poco más. El mismo usuario cambiaba de gustos musicales en función de la época del año. Surgió el fenómeno, que todavía lamentamos, de la canción del verano. Aquel fue el año de «You are no matador señor» de las Deblas o «Fiebre del sábado noche» de los Bee Gees y el disco «anunciado en televisión» de Epic, un recopilatorio, el más vendido.

Verano de 1961

En esta imagen los romeros se divierten junto a la Laguna de las Yeguas con cantes y bailes tras acompañar a la Virgen hasta el Veleta.

Romería de la Virgen de las Nieves 6 de agosto de 1961 Torres Molina/archivo de IDEAL
Romería de la Virgen de las Nieves 6 de agosto de 1961 Torres Molina/archivo de IDEAL

El verano del 74

Terraza de la heladería 'La Veneciana' (hoy 'Los Italianos') en la Gran Vía. 14 de julio de 1974. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Terraza de la heladería ‘La Veneciana’ (hoy ‘Los Italianos’) en la Gran Vía. 14 de julio de 1974. Torres Molina/Archivo de IDEAL

Siempre que paso por los caracolillos de Vélez me acuerdo de aquella noche de copas», decía el padre de turno. Con el coche cargado hasta arriba, a la altura de aquellas curvas infames, solía escucharse el primer «¿queda mucho?» con la boca llena de chicles para el mareo. En aquel verano de crisis, en el que los precios no paraban de subir, la paga extra se empleó en el alquiler del piso de la playa. Se congelaron los sueldos y subieron el pan y la leche. Una botella de litro costaba 17,35 pesetas, una cifra rara teniendo en cuenta que habían desaparecido de la circulación las monedas de diez céntimos y las «perrillas», de cinco céntimos. También había quien veraneaba en la ciudad. Plaza Nueva, los bosques de la Alhambra, las fuentes del Triunfo… Y quien se escapaba Genil arriba, buscando agua y sombra y acordándose de aquel tranvía que subía hasta Maitena y El Charcón, y que ese año había dejado de funcionar.
Se puso de moda el Campo del Príncipe y los bares del Realejo se llenaban de jóvenes cada noche. El aburrimiento no se notó hasta bien entrado el mes de julio, porque el verano empezó con el Mundial de Fútbol de Alemania y, con la tele en color, vimos al anfitrión vencer a la «naranja mecánica» en el estadio olímpico de Múnich.
Ese mismo verano el Ayuntamiento aprovechó el «cerrado por vacaciones» para desmontar las vías del tranvía en la Carretera de la Sierra. Había obras en la avenida de Calvo Sotelo (hoy Constitución), que se estaba reformando, y en la avenida Carrero Blanco, como esperaban que nos acostumbráramos a llamar al Camino de Ronda. En Almuñécar se inauguró el paseo marítimo Taramay-Velilla-centro de Almuñécar, un paso de gigante para el desarrollo turístico de la ciudad a la que todos querían ir. Kiko Ledgard, famosísimo presentador del «Un, dos, tres» pasó unos días en el camping «El Paraíso» y se dejó ver en los conciertos del Festival de Música Moderna. También se rumoreaba que Cruyff se había comprado allí un chalé. Y en La Rábita, que no olvidaba a las víctimas de las inundaciones que habían destrozado el pueblo nueve meses antes, unos niños jugaban en la arena, lejos de aquellos días de otoño cuando la rambla les dejó desnudos.

Un verano de posguerra

Aquel verano de 1939…

…La guerra había terminado pero había quedado un país exhausto, desolado y destruido. Comenzaban los duros años de la posguerra. En los «años del hambre», como los recuerdan quienes los vivieron, escaseaba de todo: la comida, el trabajo, el papel para publicar el diario. Comenzaron a funcionar las cartillas de racionamiento, para controlar la distribución de mercancías, asignando a cada español una ración de artículos. El periódico solía publicar la disponibilidad de los alimentos en la plaza de abastos, aunque estas informaciones llegaban con cuentagotas. El 6 de agosto, por ejemplo, se informaba sobre la venta de una partida de café al precio desorbitado de 15,50 pesetas el kilo, pero no se podía vender más de un cuarto de kilo por familia. La mayoría de los ciudadanos sobrevivían gracias a la beneficencia. Medidas como el día del plato único, en el que los restaurantes servían solo un plato, aunque cobraban el menú entero para dedicar el sobrante a la caridad; o el día sin postre, o el «subsidio del combatiente», llevaban el pan a muchos hogares.

A pesar de esto, la gente necesitaba volver a la normalidad. En Granada, el calor se «inauguró» con una romería a la Cuesta de las Cabezas, un desfile de carrozas adornadas con flores y parejas a caballo que salieron del Paseo del Salón rumbo a este paraje que, tan solo unos meses antes, había sido campo de batalla.

romería
Volvieron a la ciudad las zarzuelas (en el Teatro Cervantes, la compañía de zarzuela de Andrés Calvo representó «La del manojo de rosas» y «La rosa del azafrán»), los espectáculos, como el de «La Niña de los Peines» en El Palermo y el cine, el entretenimiento preferido por el público. Precedidos por el «Noticiario Fox» con noticias sobre la guerra que se acercaba, Carlos Gardel, Charles Boyer o Loretta Young hacían soñar desde las pantallas del Coliseo Olimpia o el Salón Nacional, que ofrecían sesiones ininterrumpidas desde las cuatro de la tarde hasta la una y media.
Las familias humildes que disfrutaron en esos años de vacaciones lo hicieron a través del sindicato Educación y Descanso, encargado de organizar actividades culturales y deportivas por parte de los trabajadores, a los que se llamaba productores, a través de los Grupos de Empresa. Organizaban grupos de teatro, cine clubs, coros y danzas, y también viajes y vacaciones. Las aguas de los balnearios de Alhama y Lanjarón, por ejemplo, curaron las dolencias de los trabajadores afiliados al sindicato, que corría con todos los gastos. Se trataba también de una campaña de propaganda del gobierno franquista que se extendía a los niños a través de organizaciones juveniles como el Frente Juventudes. Los «flechas» se organizaban en turnos para disfrutar del campamento de cadetes instalado en la Alfaguara, uno de los más populares entre los chicos, pero también se organizaban otros marítimos en La Herradura y en la playa de San Cristóbal, para las chicas de la Sección Femenina. Ese año visitó la provincia un grupo de «flechas» marroquíes, hijos de musulmanes que habían luchado en la Guerra Civil y que pasaron unos días en un campamento de Motril. También visitaron Málaga, Córdoba, Sevilla o Granada, donde solían ser agasajados con uno de los mejores regalos de aquella época, un buen almuerzo

campamento de la Alfaguara

Turista pobre, turista rico

Aquel verano de … 1932

En aquel verano de 1932, este periódico apenas tenía unos meses de vida. Nació en una época todavía feliz, pero convulsa y muy marcada políticamente. Hacía un año que se había instaurado la Segunda República y el izquierdista Azaña dirigía el gobierno. Desde las páginas de IDEAL, periódico de la Editorial Católica, se denunciaba la grave crisis que atravesaba el país: huelgas, atentados, revueltas… El 5 de julio, un grupo de obreros en paro asaltó el comedor del hotel París de la Gran Vía y exigió comer gratis. Los ayuntamientos, endeudados, habían dejado de pagar a los médicos, a los que se les debía casi medio millón de pesetas. La crisis también afectó a la fiesta nacional y por orden del Ministerio de la Gobernación se prohibió construir plazas y sufragar corridas a los ayuntamientos que no tuvieran cubiertas sus obligaciones.
Y con este ambiente, llegó el verano.

Turistas en el SacromonteEl turismo comenzó a fijarse en el exotismo de una ciudad como Granada. Una de las atracciones que más llamaban la atención eran las zambras. Los más aficionados eran los franceses. En cambio, los norteamericanos gastaban poco dinero, «a pesar de que el dólar está muy alto y sacan para el viaje casi con la diferencia del cambio». IDEAL comenzó incluso a publicar una «Guía del turista» con información sobre los horarios de visita y precios de los principales monumentos de la ciudad. El viajero también tenía a su disposición la Oficina de Turismo que se instaló en la planta baja de la Casa de los Tiros y atendía en español, inglés, francés y alemán. El clavecinista italiano Ruggero Guerlín, el artista belga Rodenbach o el pintor Enrique Marín fueron algunas de las personalidades que pasaron esas vacaciones en la ciudad. Durante su estancia, solían ofrecer conciertos, exposiciones y era muy fácil verlos en todo tipo de actos sociales. El granadino veía al viajero tan singular, como seguramente ellos nos veían a nosotros. Muy pintorescos eran los cinco trotamundos alemanes que se fotografiaron para la portada del diario con dos gitanas del Sacromonte. Todos viajaban sin dinero, tres de ellos (con un perro, una guitarra y una cámara de fotos) hicieron el viaje a pie y los otros dos, en bicicleta. Aunque, sin duda, el más pintoresco de los visitantes fue un ruso que, ataviado con una especie de túnica, barba clara y pelo largo, parecía un Jesús de Nazaret. Su ignorancia del castellano le defendió de la pregunta del periodista: «¿Usted paga?».

El quiosco de la plaza del Ajibe

Quiosco de la plaza del Aljibe

 

Durante los meses de verano estamos publicando en la edición impresa de IDEAL una serie de reportajes sobre los veranos de antaño. En uno de esos veranos, se publicó la fotografía que acompaña a este post. José García Tojo, un lector de este periódico, me ha escrito un e-mail en el que me da una información tan curiosa sobre el quiosco de la imagen, que me gustaría compartir con todos. Además, aprovecho para agradecer públicamente al sr. García Tojo su aportación. Jose recordaba que estaba situado justo sobre el aljibe de la Alhambra y que servía gratis agua a todo el que lo solicitaba. Los vasos de cristal muy gruesos,  que se aprecian en la foto, evitaban roturas indeseadas.


A voluntad y por pocas pesetas, se podían adquirir azucarillos y aguardiente, que se aprecian tambien en el lado derecho de la foto y que mezclados con el agua se convertia en un refresco muy apreciado.

En el interior del Kiosco pentagonal, se encontraba el pozo que comunicaba con el aljibe y del que se extraía el agua fresca con ayuda de una polea y cubos amplios de madera. El agua extraída se vertía en un deposito de piedra con grifos de los que manaba el agua directamente a los vasos.

Al ser un servicio gratuito, el kiosco gozaba de gran aprecio.

Érase una vez el barrio de San Pedro

Hace mucho tiempo, incluso antes de la guerra, amanecía el día de San Pedro con las orillas del Darro llenas de curiosos que miraban con picardía las curvas que se insinuaban a través de los vestidos mojados de las «pasaderas» que se caían al agua intentando cruzar el río. Las del Rey Chico eran las más atrevidas, y levantaban descaradas sus faldas por encima de las rodillas, para no mojarse. La víspera, el Paseo de los Tristes se iluminaba con bombos venecianos que alimentaban su luz con candilejas de aceite, y se animaba con puestos de refrescos de limón y sangría, rosquillas de canela y garbanzos tostados. Mientras, como cada mañana, José Trapero, remendaba zapatos en una cochera junto al puente de las Chirimías mientras su esposa, furibunda republicana, menuda y parlanchina, despachaba unas verduras al dueño de la taberna vecina, que además de vino, en su bar vendía por tres reales los conejos que criaba en las madrigueras del extenso huerto de la casa. «Una mañana excelente» dijo el señor Bonilla a las puertas de su casa de la calle Candil. El magistrado jubilado, era un ejemplo de elegancia y pulcritud. De bigotes y perilla blancos, se había hecho famoso en el barrio por su extravagante afición a coleccionar bastones. Le contesta con un gesto don José Millán, mientras se dirigía a su próspera fábrica de sombreros. En el camino se cruza con»Mariquita Gómez», la abuela que vivía en la casita moruna de la calle Gumiel, muy popular por las curas que realizaba a base de ungüentos vegetales y la protección de Santa Rita. Y así transcurrían los días en el encantador barrio de San Pedro que, un junio más, se convertía en el centro de la ciudad durante sus animadas fiestas.

Celebración de las fiestas de San Pedro y San Pablo en el Paseo de los Tristes. 29/06/1948 Torres Molina/Archivo de IDEAL
Celebración de las fiestas de San Pedro y San Pablo en el Paseo de los Tristes. 29/06/1948 Torres Molina/Archivo de IDEAL

En el lado opuesto del río, en la bifurcación de la Cuesta del Rey Chico y la fuente del Avellano, había un paseo con una hermosa arboleda y asientos de piedra. Al fondo, una casita que pertenecía a un pequeño carmen que tenía un aljibe con agua de nacimiento, que nunca se agotaba y del que se surtía el vecindario. En la cuesta del Avellano, el carmen de los Chapiteles, vivienda que fundó uno de los capitanes de las tropas de la Alhambra, y la entrada de la cuesta del Chapiz, en el solar del derruido convento de San Francisco de Paula, estaba la huerta del Azafrán por lo mucho que se sembraba en ella dicha planta.  Su dueño era el cirujano José Enrique Pérez Andrés,  un médico muy popular, que había encargado los cuidados de la huerta a Miguel Plaza, padre de un muchacho llamado Ramón. Ramón quería ser cura y don Enrique le costeó la carrera. Quería que se convirtiera en un orador de categoría, pero el chico siempre dijo que no tenía condiciones. Tanto insistió su padrino, que se decidió a hacer un ensayo en la iglesia de San Pedro. Allí acudió don Enrique con su señora y ocuparon los sillones frente al púlpito. Y subió el joven Ramón, vestido de roquete y nervioso como un flan. Comenzó con la cita latina y las frases del ritual: «Hermanos míos». Después de una larga pausa, el doctor, convencido de la inutilidad de su pupilo,  se levantó de su asiento y le dijo enérgicamente:»¡Ramoncito, bájate!»

[*] Este texto está extraído del artículo de Eduardo Hernández Gómez publicado en IDEAL el 29 de junio de 1948