Los últimos días de mayo, en los años de la República, Granada celebraba las fiestas en recuerdo de Mariana Pineda. Ideal resume en este artículo, del 27 de mayo de 1933, los dos días de fiesta, y abajo, el artículo del mismo día en el Defensor.
La memoria de Granada a través de las páginas de IDEAL
Los últimos días de mayo, en los años de la República, Granada celebraba las fiestas en recuerdo de Mariana Pineda. Ideal resume en este artículo, del 27 de mayo de 1933, los dos días de fiesta, y abajo, el artículo del mismo día en el Defensor.
Cuenta la historia que a finales del siglo XVI, coincidiendo con una gran epidemia de peste los reinos de Sevilla, Galicia y Granada, aparecieron en el Sacromonte las reliquias de SanCecilio, el primer obispo de Granada, y sus compañeros mártires, que habían venido a predicar el Evangelio. Junto a los restos, se encontraron los libros plúmbeos que contaban las doctrinas del Santo, un sincretismo de las islámicas y cristianas con un fondo monoteísta. Para salvar a la población de la violenta epidemia, el Cabildo pidió protección a los Santos Mártires con un voto solemne por el que la ciudad subiría todos los años, cada 1 de febrero, a ofrecerle al Patrón una ofrenda de incienso y flores. Y así ha sido desde entonces. Aunque en los años 60 la celebración perdió el esplendor de antaño, a finales de los setenta el ayuntamiento se preocupó por poner en valor una tradición tan popular y granadina, recuperándose la ceremonia tal y como se planteó en sus orígenes: un acto cívico religioso con un estricto ritual (elección de comisarios por parte del Ayuntamiento y Abadía, visitas protocolarias, ceremonial durante la procesión y eucaristía…), al que suceden festejos populares en la explanada frente a la Abadía, mientras se degustan las tradicionales habas con ‘salaíllas’ regadas por vino mosto granadino. La tradición, incluía la invitación a las autoridades de tortilla del Sacromonte, jamón con habas y glorias de bizcochos del convento de Zafra.
A partir del año 91 el ayuntamiento trasladó la celebración al primer domingo de febrero para mantener como fiesta el día del Corpus. Y una curiosidad para cumplir con la efeméride de hoy: en 1935, hace ahora 80 años, se abrieron por primera vez desde 1599 las cuevas en cuyas galerías subterráneas cuenta la leyenda que fue martirizado el copatrón de la ciudad y los siete mártires. Hasta ese día, la visita sólo podía realizarse el día de la Candelaria.
También forma parte de la tradición el besar la milagrosa piedra que tiene la virtud de conseguir casamiento, aunque es justo decir que cerca de ella hay otra que produce el efecto contrario y logra el ‘divorcio’ instantáneo para quien la toque.
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La Cruz de Mayo? – No, señor. ¡El mausoleo del cante ‘jondo’!» Miranda ‘profetizaba’ con su viñeta publicada en 1948 la desaparición de la fiesta de la Cruz y, un poco gafe sí que fue. Al año siguiente, un tremendo aguacero deslució la celebración y el 3 de mayo de 1952, un huracán hirió a varias personas y el viento se llevó, por muchos años, las cruces de las calles de Granada.
No era la primera vez que la fiesta languidecía. En los años de la República casi se habían abandonado hasta que, en 1939, recién terminada la Guerra, Gallego Burín ordenó la instalación de una cruz en la Plaza del Carmen. Aquel año se montaron más 40 altares, la banda municipal tocó día y noche y el chavico se destinó al Auxilio Social. Entonces los altares se levantaban en las casas y, sobre todo, en los patios. En los años cuarenta, una de las cruces más animadas era la del Colegio San Bartolomé y Santiago. Los estudiantes, con sus mantos negros, sus becas azules y su buen humor animaban la zona de San Jerónimo.
Los toros también formaron parte de la tradición. En 1935, Juanita de la Cruz cortó dos orejas y, en 1942 el Granada eliminó al Málaga en la Copa en otro Día de la Cruz para el recuerdo. A finales de los años 60, la fiesta volvió con más intensidad que nunca. La tradición se reinventaba.
Hace mucho tiempo, incluso antes de la guerra, amanecía el día de San Pedro con las orillas del Darro llenas de curiosos que miraban con picardía las curvas que se insinuaban a través de los vestidos mojados de las «pasaderas» que se caían al agua intentando cruzar el río. Las del Rey Chico eran las más atrevidas, y levantaban descaradas sus faldas por encima de las rodillas, para no mojarse. La víspera, el Paseo de los Tristes se iluminaba con bombos venecianos que alimentaban su luz con candilejas de aceite, y se animaba con puestos de refrescos de limón y sangría, rosquillas de canela y garbanzos tostados. Mientras, como cada mañana, José Trapero, remendaba zapatos en una cochera junto al puente de las Chirimías mientras su esposa, furibunda republicana, menuda y parlanchina, despachaba unas verduras al dueño de la taberna vecina, que además de vino, en su bar vendía por tres reales los conejos que criaba en las madrigueras del extenso huerto de la casa. «Una mañana excelente» dijo el señor Bonilla a las puertas de su casa de la calle Candil. El magistrado jubilado, era un ejemplo de elegancia y pulcritud. De bigotes y perilla blancos, se había hecho famoso en el barrio por su extravagante afición a coleccionar bastones. Le contesta con un gesto don José Millán, mientras se dirigía a su próspera fábrica de sombreros. En el camino se cruza con»Mariquita Gómez», la abuela que vivía en la casita moruna de la calle Gumiel, muy popular por las curas que realizaba a base de ungüentos vegetales y la protección de Santa Rita. Y así transcurrían los días en el encantador barrio de San Pedro que, un junio más, se convertía en el centro de la ciudad durante sus animadas fiestas.
En el lado opuesto del río, en la bifurcación de la Cuesta del Rey Chico y la fuente del Avellano, había un paseo con una hermosa arboleda y asientos de piedra. Al fondo, una casita que pertenecía a un pequeño carmen que tenía un aljibe con agua de nacimiento, que nunca se agotaba y del que se surtía el vecindario. En la cuesta del Avellano, el carmen de los Chapiteles, vivienda que fundó uno de los capitanes de las tropas de la Alhambra, y la entrada de la cuesta del Chapiz, en el solar del derruido convento de San Francisco de Paula, estaba la huerta del Azafrán por lo mucho que se sembraba en ella dicha planta. Su dueño era el cirujano José Enrique Pérez Andrés, un médico muy popular, que había encargado los cuidados de la huerta a Miguel Plaza, padre de un muchacho llamado Ramón. Ramón quería ser cura y don Enrique le costeó la carrera. Quería que se convirtiera en un orador de categoría, pero el chico siempre dijo que no tenía condiciones. Tanto insistió su padrino, que se decidió a hacer un ensayo en la iglesia de San Pedro. Allí acudió don Enrique con su señora y ocuparon los sillones frente al púlpito. Y subió el joven Ramón, vestido de roquete y nervioso como un flan. Comenzó con la cita latina y las frases del ritual: «Hermanos míos». Después de una larga pausa, el doctor, convencido de la inutilidad de su pupilo, se levantó de su asiento y le dijo enérgicamente:»¡Ramoncito, bájate!»
[*] Este texto está extraído del artículo de Eduardo Hernández Gómez publicado en IDEAL el 29 de junio de 1948
Les dejo unas imágenes del desfile de La Tarasca para disfrutar recordando aquellas fiestas.
¡Feliz Corpus!
A finales del mes de junio el barrio de San Pedro, en el bajo Albaicín, celebraba sus fiestas patronales. Una de las diversiones más esperadas de la fiesta era la celebración de las ‘Pasaeras’ o Pasaderas del Darro. El juego consistía en cruzar el cauce del río «sobre unas tablas o sobre unas piedras jabalunas debidamente untadas con jabón o sebo», hasta hacerlas muy resbaladizas, cuenta César Girón en su libro «Miscelánea de Granada». Aunque la participación estaba abierta a todos los vecinos del barrio, en realidad en su última etapa se recuerda ver a las mujeres, algunas empleadas en el cercano Rey Chico, intentar cruzar el río ante la mirada del público masculino que celebraba entre risas las caídas al agua de las chicas cuyos encantos se marcaban bajo la ropa mojada.
Aquí les dejo algunas de las fotografías del archivo de IDEAL de la curiosa tradición, pero, si lo desean, hemos preparado un vídeo contando la historia de las Pasaeras del Darro en el que hemos contado con la participación de César Girón, ¡muchas gracias César!
El archivo de IDEAL guarda en sus fondos fotografías desde el año 1932, año de la fundación del periódico. Algunas de estas imágenes se publicaron en sus páginas, otras no. En algunas, el fotógrafo o el redactor que utilizaba la fotografía solía apuntar en el reverso de la misma una fecha, o un nombre, detalles que nos han servido en la actualidad para su catalogación. Sin embargo, en la mayoría de los casos tenemos pocas pistas. Es lo que me pasó con esta fotografía:
¿Un paracaidista en la plaza del Carmen? Estaba despistada. Sin embargo buscando información sobre la inauguración del teatro Isabel la Católica, que tuvo lugar el 6 de junio de 1952, encontré un breve de la presentación del espectáculo de Jams Will, un famoso paracaidista que actuó en Granada durante las fiestas del Corpus. Jams Will en realidad era madrileño y se llamaba Julián Zamarriego. Durante la semana de fiestas, se lanzó, el día 11 de junio, desde el edificio del Banco de Vizcaya, en la plaza del Carmen (actuación a la que creo que corresponde la fotografía), el día 12 desde el edificio Olmedo en Puerta Real y el día 13 desde la fachada del recién inaugurado teatro.
Así lo celebraba IDEAL en las portadas de los primeros años de su historia
[* portada de IDEAL del 3 de mayo de 1934]
[* portadas de IDEAL del 4 y 5 de mayo de 1935]