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Como si hubiera reventado el Darro

Fue mayúscula la sorpresa de los transeúntes que caminaban por las calles del centro de Granada las siete de la tarde del 22 de abril de 1975, cuando una gran riada, provocada por la rotura de una tubería de agua potable del Callejón de Sierra, bajo Torres Bermejas, atravesaba la ciudad inundando Plaza Nueva, Reyes Católicos, Puerta Real, Carrera de la Virgen, Acera del Darro y el Humilladero, hasta desembocar en el río, aunque incluso hubo noticias de inundaciones en Bib Rambla. Seguro que los más mayores se acordaron de la noche de septiembre de 1951 cuando el Darro reventó en Puerta Real. Afortunadamente, en este caso no hubo que lamentar víctimas, pero el agua bajaba con tanta fuerza, que llevaba consigo piedras (se retiraron algunas de más de 20 kilos), tierra, ladrillos, ramas, causó importantes daños a los comercios, cuyos bajos anegó, e incluso arrastró un coche que circulaba por la Cuesta de Gomérez hasta Puerta Real. A medida que las aguas invadían el asfalto, los viandantes sorprendidos se lanzaban a la carrera alarmando a otros ciudadanos que asistían, confundidos al extraño fenómeno. Tras el suceso, más de cuarenta trabajadores de Serconsa, retiraron unas ciento veinte toneladas de barro devolviendo en pocas horas la normalidad a las calles del centro. Como si no acabara de pasar un río.

 

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El pintor que quiso soñar

Tenía nombre de detective de una novela de Raymond Chandler y su muerte podría haber sido uno de los casos investigados por Marlowe. El lugar: una habitación de una humilde fonda de la calle San Matías. Granada, 6 de febrero de 1935. El cadáver yacía sobre la cama. Una funda de hule le cubría la cabeza y tenía una mascarilla sobre su boca y nariz. Los brazos estaban cruzados sobre el pecho. Vestía  un pantalón de paño grueso, chaleco gris, camisa rosa desabrochada y corbata anudada. En la mesita de noche, había un frasco pequeño de unos 100 gramos de una extraña sustancia que olía a acetona, un paquete de cigarrillos canarios largos junto  a un cenicero repleto de colillas y un librito sin pastas en cuya primera hoja se leía «Capítulo I. El culto a Satán». No llevaba zapatos y un abrigo cubría sus pies. En la americana cuidadosamente colgada sobre el respaldo de una silla, los guardias encontraron una cartera con documentos y un pasaporte. En su maleta se ocultaban una pistola pequeña, una caja de cápsulas y las facturas de varias fondas de Málaga y Motril. El pálido cadáver correspondía a Philip Bauer Parker, pintor de San Diego, California, de 39 años. Llevaba muerto unas diez horas. Había llegado a Granada el 4 de febrero y había pagado la habitación por adelantado. Pero el misterio no fue tal. La autopsia descubrió que el norteamericano había muerto de un síncope producido por asfixia cuando aspiraba cloroformo para llegar a un sueño artificial. «No quiso suicidarse sino soñar», contaba la crónica de IDEAL. Lo sepultaron en el cementerio de San José en un «entierro de pobre» costeado por el ayuntamiento de Granada.

Carlos Hernández
Carlos Hernández

El incendio de la iglesia de San Cecilio

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Hace poco más de 45 años que ocurrió. Los niños de San Ildefonso habían cantado el ‘gordo’, que aquel año pasó de puntillas por Granada, y la ciudad se preparaba para celebrar la Navidad. En la Iglesia de San Cecilio en el Realejo, los padres Claretianos habían decorado su parroquia con un pequeño belén que colocaron en la capilla de la Virgen de la Salud junto a una guirnalda de luces intermitentes que provocaría una catástrofe. A las dos y media de la tarde del 22 de diciembre de 1969, la iglesia comenzó a arder. A pesar de la rápida intervención de los sacerdotes que estaban en el templo a la hora del suceso y la urgencia con la que actuaron los bomberos, que entonces tenían parque en la calle Parra Alta, el fuego se extendió rápidamente por el artesonado, retablo y altares destruyéndolo por completo.

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La iglesia, que había sido remozada y ‘modernizada’ unos años antes (se habían cambiado bancos e instalado calefacción), se quedó prácticamente en los muros. Su interior amaneció destrozado por las llamas. Quedaron negras sus capillas y sus paredes. En uno de los más evocadores rincones de Granada, el fuego desmanteló una iglesia. «Se destruyó el artesonado, sufrieron las pinturas que colgaban de las paredes y las esculturas se conservaron gracias a que el bulto redondo es más fácil de transportar y la colaboración de vecinos, cofrades y los propios religiosos hizo que se salvara mucho patrimonio», comenta el historiador del arte Emilio Caro, que conoce bien la historia de la parroquia y su patrimonio. Se salvó el Santísimo y el archivo que data de 1518. Se sacaron los bancos para facilitar las idas y venidas por las naves y se protegieron las imágenes. La del primitivo Cristo de los Favores, pequeña pero de incalculable valor, que hoy ocupa un espacio junto al altar mayor, perdió su policromía. La talla del patrón San Cecilio, que se encontraba en un espacio de complicado acceso en la parte alta el altar mayor, no pudo sacarse del templo y casi un milagro lo libró del fuego. La Virgen de Belén, de Alonso de Mena, originaria del convento de la Merced, vio también deslucida su policromía. Las titulares de la hermandad de los Favores mostraban algunos signos de la exposición al calor, pero estaban a salvo.

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No ocurrió lo mismo con el artesonado mudéjar y las pinturas. No había un inventario de los bienes que acogía el templo, pero más o menos se sabía lo que estaba colgado. El fuego destruyó el retablo decorado con pasajes de la vida de San Cecilio obra de Pedro de Raxis, un cuadro del Cristo de la Columna firmado por José Risueño y otras obras procedentes del convento de los Mártires. A las cinco de la tarde el fuego ya estaba controlado. El arroyo que había formado el agua utilizada para su extinción corría cuesta abajo más allá de la calle Molinos.

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La restauración
Desde el primer momento hubo una implicación de las administraciones, Ayuntamiento y Dirección General de Bellas Artes, y las obras, aunque complicadas, comenzaron pronto. Prieto Moreno dirigió la intervención que se desarrolló relativamente rápido. Se trabajó en el artesonado mudéjar, que se reconstruyó pero sin policromar, como estaba en origen. El escultor Domingo Sánchez Mesa se encargó de ‘rejuvenecer’ la imagen del patrón y «poco a poco la parroquia fue recuperando imágenes. Algunas llegaban de otras parroquias, e incluso el arzobispo Emilio Benavent hizo alguna aportación», apunta Mario Camacho, párroco hasta hace unos días de San Cecilio. No obstante, fue un trabajo atropellado y en algunos aspectos desafortunado. Sobre todo en cuanto a la fachada: «Ha sufrido mucho en las últimas décadas. Había una zona baja con una simulación de base de piedra (que ya es una intervención, probablemente del siglo XIX). Se ha utilizado cemento, que es malo para la restauración. Ventanas que se movieron de sitio con lo que se han creado huecos que no estaban originariamente», describe Emilio Caro.

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Una nueva ‘puesta a punto’
Si en los años 70 la parroquia contó con la solidaridad de administraciones y fieles para su rehabilitación, Mario Camacho vuelve a pedir ayuda a los granadinos para una nueva intervención en el templo que devuelva a la fachada el esplendor que lucía antes de aquel fatídico suceso. «Tenemos todos los permisos, lo único que falta es empezar ya. Queremos comenzar de forma inmediata, siempre que el tiempo nos lo permita, ya que hay que trabajar en la fachada, pero esperamos que esté listo para la Semana Santa y que los andamios no desluzcan la salida de la hermandad». La primera parte de la intervención está centrada en la portada para que no alcance más deterioro. En la fachada «hay decoraciones incisas en la superficie y sobre eso se pinta. Es una singularidad de esta iglesia y es lo que permite que la restauración sea más acertada. No se trabaja a ciegas», aclara Caro.
La parroquia y la cofradía financiarán parte de las obras, aunque también se buscan aportaciones de particulares. El coste total es de unos 150.000 euros. «Es importante que el patrón de Granada tenga una iglesia digna. Yo tengo fe en que este proyecto se haga realidad» concluye Camacho al que un problema de salud ha apartado de manera temporal de la administración de San Cecilio. El proyecto de restauración tiene una cuenta en Facebook, donde estar informado sobre del proyecto, y otra en BMN y La Caixa, en la que pueden colaborar con su donativo.

Un robo ‘elegante’

Corría el mes de diciembre de 1934 y un  grupo de malhechores planeaba en Granada el ‘atraco del siglo’. El objetivo era la joyería ‘La Purísima’, local que los hermanos López Secano regentaban en la calle Reyes Católicos. La banda, que estaba dirigida por un conocido «pistolero» malagueño (que vestía de forma elegante, se alojaba en los mejores hoteles de la ciudad y conducía un impecable Buick), estaba formada por,  entre otros, dos granadinos, uno de ellos, en prisión en el momento del suceso por un delito de robo.

Pero los criminales no contaban con la astucia del inspector general de Policía, Vicente Santiago, que conoció el plan por un chivatazo y se desplazó desde Madrid hasta la capital granadina para encargarse él mismo de este caso. Los agentes descubrieron el túnel que los delincuentes habían construido para perpetrar el robo.  Se accedía a él por el colector del alcantarillado de la calle Príncipe, y  desembocaba en el sótano de la citada joyería. Durante varios días vigilaron sin cesar los accesos al Embovedado desde la Acera del Darro. Los ladrones llegaron incluso  a realizar el butrón pero, al encontrarse con que las alhajas se guardaban en una caja fuerte, decidieron posponer el robo hasta contar con el material necesario para abrirla. Varios miembros de la banda se desplazaron hasta Algeciras para conseguir las herramientas, lo que permitió a la policía planificar la operación para pillarlos ‘in fraganti’.

Los malhechores debieron tardar unos siete días en la construcción del túnel que tenía una altura de una persona y unos 80 centímetros de ancho. Cuando los agentes inspeccionaron el subterráneo descubrieron huellas junto a la pared de otra joyería de la zona y en  bajo del Banco Español de Crédito.

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César Girón, en la serie «Curiosidades Granadinas» publicadas por este diario, investigó el tema en profundidad. Aquí les dejo el artículo publicado el 11 de noviembre de 2006 con la historia interesantísima del suceso.

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El accidente aéreo del Goterón

Un avión comercial francés se estrellaba envuelto en llamas en el Tajo del Goterón, en la Alcazaba de Sierra Nevada, la madrugada del 2 de octubre de 1964. Hace 50 años. Fallecían los 80 ocupantes del aparato que volaba desde Palma de Mallorca hasta Port Etienne, en Mauritania.

Trabajos de rescate de las víctimas de accidente aéreo ocurrido en Sierra Nevada donde un avión de DC-6 Charter de la compañía francesa UTA se estrelló contra el Goterón en la ladera posterior a la Alcazaba. Octubre 1964 Torres Molina/Ideal
Trabajos de rescate de las víctimas de accidente aéreo ocurrido en Sierra Nevada donde un avión de DC-6 Charter de la compañía francesa UTA se estrelló contra el Goterón en la ladera posterior a la Alcazaba. Octubre 1964 Torres Molina/Ideal

De los 75 pasajeros, 24 eran niños. Sólo cinco de las víctimas pudieron ser identificadas, las restantes quedaron reducidas a trozos irreconocibles. Fue muy difícil la localización de la aeronave, siniestrada a quince kilómetros de Trevélez, en una zona de complicado acceso.

Trabajos de rescate de las víctimas de accidente aéreo ocurrido en Sierra Nevada donde un avión de DC-6 Charter de la compañía francesa UTA se estrelló contra el Goterón en la ladera posterior a la Alcazaba. Octubre 1964 Torres
 Octubre 1964 Torres Molina/Ideal

Los restos del aparato y los cadáveres destrozados se esparcían en una extensión calcinada de 400 a 500 metros cuadrados. El traslado de los restos humanos se realizó en caballerías y con la colaboración valiosísima de los voluntarios que se unieron a la Guardia Civil desde que se tuvo confirmación del accidente.

El atraco de la calle San Antón

El 4 de octubre de 1933, la calle San Antón fue el escenario de uno de los crímenes más luctuosos de la crónica negra de esta ciudad. Un hombre murió cosido a balazos y tres más resultaron heridos en el tiroteo que se desencadenó durante el atraco, en pleno centro de la ciudad y a plena luz del día, a unos empleados de Tabacalera que se dirigían al Banco de España para ingresar la recaudación. Sobre las losas de la calle San Antón «quedó el testimonio de las manchas de sangre, mientras los asesinos huían sin el peso de un solo céntimo robado, pero manchados con un crimen lleno de villanía», decía la crónica de IDEAL.
A las doce y diez minutos, el cajero de Tabacalera Francisco Vinuesa, de 52 años, acompañado por el ordenanza Antonio Martín Melgarejo, de 45 años y por el estudiante e hijo del representante de la entidad, Antonio Montes Valera, de 21, se dirigían al Banco de España que entonces se encontraba en lo que hoy es la iglesia del Santo Ángel Custodio en la calle San Antón. Venían de la sede de la empresa que estaba en la calle Santa Teresa. Se disponían a ingresar una recaudación de 73.000 pesetas. Al llegar a la calle de los Frailes, junto al hotel Imperial, tres sujetos, pistola en mano, les ordenaron el alto al grito de «arriba las manos». Vinuesa sacó el revólver que llevaba consigo desencadenando un tiroteo. Los pistoleros se ensañaron con él y le propinaron cinco tiros a bocajarro que acabaron con su vida en la mesa de operaciones de la Casa de Socorro. El ordenanza, que cargaba con un saco de monedas de cinco pesetas, salió corriendo zafándose de uno de los atracadores que intentó arrebatarle el dinero sin conseguirlo. Entre silbidos de las balas, alcanzó el taller de electricidad Azañón donde llegó maltrecho. Los disparos también hirieron al más joven de los tres empleados y a una criada de 20 años, Encarnación Maldonado, que pasaba por allí.
Las pesquisas policiales no se hicieron esperar y cinco de los seis responsables del atraco fueron detenidos al día siguiente. También una mujer, pareja de uno de los atracadores, fue puesta a disposición judicial por su implicación en el suceso. Los delincuentes, de edades comprendidas entre los 17 y 26 años, formaban parte de organizaciones anarquistas, como Juventud Libertaria y CNT.

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El 17 de noviembre de 1934, en la sección primera de lo Criminal comenzó la vista de la causa contra los autores del robo, pero se suspendió ya que nueva pruebas apuntaban a más implicados. El crimen, que con el paso de los días iba adquiriendo un matiz cada vez más político, nunca fue totalmente esclarecido.

Si quieren saber más sobre este y otros sucesos, les recomiendo el libro de César Girón ‘Crónica negra de Granada 1880-1980’, publicado por Comares.

Espectacular incendio en la Plaza del Carmen

El 26 de junio de 1943 se declaró un espectacular incendio en el arco monumental levantado en la Plaza del Carmen durante las fiestas del Corpus. La causa fue el estallido de las lámparas eléctricas que adornaban el altar. El fuego comenzó a las 11 y media de la mañana y, en pocos minutos, adquirió proporciones aterradoras que hacían temer que las llamas acabaran con varias manzanas de casas. El pánico cundió entre los comerciantes y vecinos de la hilera de casas continuas al Bernina, que comenzaron a desalojar los artículos y líquidos de fácil combustión y a lanzar agua desde los balcones. La casa del número 18 de la calle Reyes Católicos fue la que sufrió más daños. Los pisos primero, segundo y tercero, estaban ocupados por la agencia de publicidad ‘Alas Azules’,  que perdió todo el mobiliario de sus oficinas.  En el edificio también había una barbería, la de don Luis Felipe, y el segundo piso lo ocupaba la matrona municipal Rosario Negro. Las cortinas del Ayuntamiento se chamuscaron y  también sufrieron daños el café Royal, que estaba en obras, y la confitería Bernina. La rápida actuación de los servicios de emergencia, cuyo número, el 1643, no dejó de sonar, evitó daños mayores y solo cuatro bomberos sufrieron heridas leves.

El arco de la plaza del Carmen, de unos quince metros de altura y construido con maderas viejas procedentes de derribos, se derrumbó en quince minutos. Los daños se valoraron en 150.000 pesetas.

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Muerte en el Circo Trébol

El Corpus de 1953 fue lluvioso. La tradicional exhibición del Real Aeroclub en el aérodromo de Armilla se había aplazado debido al mal tiempo que también deslució la fiesta de las Espigas que se celebraba en Cartuja y el paseo de las parejas de jinetes ataviados a la andaluza por el ferial ganadero. Así que el mejor plan que se presentaba era llevar a los niños al circo. Afortunadamente había para elegir. El Circo Price, en la plaza del Humilladero, presentaba al ‘Mago Chuleta’; el Circo Americano, instalado en la Acera del Darro, traía como principal atracción a ‘Los Cosacos del Zar’ y en la plaza de la Mariana, el Circo Trébol anunciaba a más de “200 artistas” en un espectacular escenario. Entre estos artistas, el número más esperado era el del trapecio de ‘Los Lawins’. El sábado 6 de junio, en la sesión de las ocho de la tarde, con el circo lleno, la pareja, formada por Luis Martínez y su joven esposa Luisa Martínez Bono, de veintidós años, ejecutaron el peligroso ‘torbellino dental’. La chica sujetaba con la boca un aparato asido por el hombre, que, boca abajo, se sostenía en el vacío agarrado por un cable, mientras hacía girar el cuerpo de su compañera. En ese momento la joven se soltó y cayó al suelo desde una altura de ocho metros. No había red. Un grito de estupor se escapó entre el público. La chica fue trasladada al hospital de San Juan de Dios donde murió dos días después. Allí se instaló la capilla ardiente que se llenó de flores y fue velada por su público y por todos los artistas de los circos que actuaban en la ciudad.

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Misterioso asesinato en Píñar

Dos inexpertos malhechores que se asustan en presencia de su víctima; una criada tan sorda que no oyó ni vio nada; el hijo con discapacidad intelectual que, aunque vio a los asesinos, su testimonio no fue aceptado; un albañil que en el momento en el que se oyó el disparo estaba durmiendo junto al lugar del crimen, pero que aseguró a la Policía no haberse enterado de nada; un marido, en principio sospechoso, y su esposa, Matilde Huertas Ruiz, muerta de un disparo en la cabeza. Son los protagonistas del intrigante suceso que tuvo lugar la noche del 22 de mayo de 1957 en el cortijo «La Cañada» de Píñar, tan complicado de resolver, que el policía granadino Miguel de Guisado Ladrón de Guevara necesitó la colaboración de los inspectores de la B.I.C de Madrid José Hurtado Martínez y Miguel Núñez Ferrer. El crimen se resolvió la noche del 6 de noviembre de ese mismo año, con la detención de Epifanio Castillo Escalona y Francisco Pinel Molina, ambos de Cogollos Vega, como los autores del asesinato. La pista principal fue la aparición, junto a un árbol cercano a la casa, de un billete de tren y trozos de papel de una carta destruida que, una vez pegados con papel celofán, desvelaron el nombre de uno de los acusados. El primero, de la familia de «Los Castillicos», era hermano de varios guerrilleros que habían pertenecido a la partida de «Olla Fría». El segundo, Pinel, había trabajado como peón en la casa que asaltaron. Su plan pretendía conseguir dinero fácil secuestrando a Emilio Martínez Jerez, dueño de una finca de Píñar. La noche del suceso entraron en la vivienda con la cara cubierta con pañuelos doblados en pico, encañonaron al dueño e intentaron llevárselo. Sus gritos sobresaltaron a la esposa que, lejos de amedrentarse, se enfrentó a los asaltantes. Uno de ellos, según la crónica de IDEAL, se asustó y disparó a la mujer que cayó muerta con la frente destrozada. A pesar de que la casa estaba llena de gente, nadie vio ni oyó nada. Tras un interrogatorio en el que, según la policía, confesaron el crimen, los dos detenidos ingresaron en la prisión provincial. Un tribunal los condenó a veinte años de cárcel por homicidio , seis por tentativa de detención ilegal y el pago de 200.000 pesetas al marido de la víctima.

Las inundaciones del 62

Los soldados trabajaron con empeño y, en poco tiempo, los alrededores de la Plaza de Toros se convirtieron en un improvisado campamento. Una ciudad de casas de lona, con alumbrado, sanitarios y cocinas comunes atendidas por Cáritas y el Auxilio Social, acogieron a más de cuatrocientas personas que se habían quedado sin casa por el derrumbamiento de sus cuevas debido a las lluvias torrenciales que habían caído sobre Granada a mediados del mes de octubre de 1962. El número de damnificados aumentaba y hubo que construir otro albergue provisional en la Hípica, en el barrio del Zaidín, este último con treinta tiendas de campaña. No hubo que lamentar daños personales, pero la mayoría de las viviendas de la zona del Barranco del Abogado, Camino Bajo del Cementerio y los alrededores de la Alhambra quedaron prácticamente inhabitables. Las brigadas de limpieza trabajaron sin cesar para retirar de las calles el barro acumulado por la tormenta que había cortado la circulación en el Paseo de la Bomba, Salón, Gran Vía y Triunfo. El alcalde Manuel Sola se comprometió entonces a solucionar el problema de las cuevas, que con cada temporal dejaban varias víctimas mortales. En febrero del año siguiente, unas terribles inundaciones se llevaron la vida de varias personas, miles se quedaron sin hogar y se tuvieron que desalojar y demoler más de 7.000 cuevas. En la casería de la Virgencica se construyeron las primeras viviendas prefabricadas para acoger a los damnificados de las tormentas. Más tarde surgiría el Polígono de Cartuja.