En los primeros años de la década de los 60, los semáforos ‘crecían’ en la ciudad como setas de temporada. Comenzaron a instalarse en abril de 1958: «durante todo el día se trabajó en la apertura de las zanjas para la instalación eléctrica que partirán desde la acera del hotel Victoria, para cruzar hasta la ‘isla’ del refugio de tranvías en el centro del Embovedado; de allí partirá otro indicador hasta la altura de la nueva casa de Correos; otro para el cruce de Ganivet; una red que servirá para regular el cruce de Reyes Católicos, a la altura de Costales, y un último para el paso de Mesones, a la altura del café Granada» (IDEAL 17/4/58). En Reyes Católicos se instaló uno junto al Bernina, otro a la altura del edificio antiguo de Correos y el último en Gran Vía, al nivel de la calle Cárcel.
Contentaron a pocos, porque nadie entendía muy bien su funcionamiento (IDEAL incluso publicó en varias ocasiones el significado del color de las luces), y era divertido escuchar a los animados peatones decir a coro ‘¡Ahora!’ cuando se encendía la luz amarilla.
Así comenzó la historia… los semáforos funcionaban… cuando querían (en marzo de 1960, se adjudicó al contratista Roldán Girón, las obras de adaptación de un local que sirviera como taller de reparación de estos aparatos), pero poco a poco los ciudadanos se iban acostumbrando a ellos, e incluso los reclamaban. Por ejemplo, este periódico publicó una carta al director solicitando indicadores luminosos para la calle Calvo Sotelo (la actual avenida de la Constitución) tras el accidente que costó la vida a un niño.
También costó un poco ganarse el respeto de los ciudadanos y no eran pocas las crónicas que denunciaban lo costoso de la instalación para el poco caso que se les hacía.
El 17 de octubre de 1959 el pleno del ayuntamiento aprueba el proyecto para la instalación de la red de semáforos de la calle Recogidas por valor de 234.754 pesetas.
En aquel noviembre de 1964, por centrar esta historia en la efeméride que hoy ocupa esta sección, la reforma de la plaza Isabel la Católica plantó otros tantos, hasta el punto de que circular era complicadísimo. Las crónicas contaba que ‘crecieron’ doce semáforos en el cruce de la nueva plaza y decían que estaban tan cerca unos de otros que a los conductores les daba tiempo a memorizar los letreritos del monumento en su intento por girar de Reyes Católicos a Gran Vía. Nunca hicieron tanta falta los guardias urbanos, aquellos a los que el nuevo invento había desahuciado.