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De los baños de Don Siméon a la piscina Neptuno

En los años treinta, no era extraño ver a los a un grupo de chicos remojándose en alguna fuente de la capital granadina, cuando no en el mismo cauce del río Genil.

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La falta de ‘baños públicos’, como se llamaban entonces, se hacía notar cuando el calor apretaba y «sentimos las angustias de la asfixia en estas coquetonas grilleras con nombres de pisos», se queja un redactor de IDEAL en un artículo publicado el 17 de julio de 1936. En la información, se detallan los intentos que se había realizado hasta la fecha para la construcción de piscinas públicas.

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Madrugar en la playa para ver sacar ‘el copo’

A primera hora del día, cuando el frescor de la mañana ensancha los pulmones, un grupo de curiosos rodea a los pescadores en cualquier playa del litoral. Los marengos se afanan en la sacada del ‘copo’, y arrastran hasta la orilla las redes con la captura del pescado más pequeño que ronda la orilla al amanecer. Es temprano y todavía no hay sombrillas en la arena, pero ‘el copo’ es casi una atracción turística. Varios pescadores se dirigen mar adentro en una pequeña barca de remos. copo

 

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Siesta

Un hombre echa una cabezadita junto al pilar de Carlos V en la Alhambra. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Un hombre echa una cabezadita junto al pilar de Carlos V en la Alhambra. Torres Molina/Archivo de IDEAL

En la Granada de antaño, era muy común ver cómo los parroquianos buscaban una buena sombra (la que dan los plátanos de la plaza del Campillo era muy solicitada) y allí, ajenos al ruido, echaban una cabezadita. Era la síntesis perfecta del verano en la ciudad. Un rincón de la Alhambra garantizaba que el sueñecito no sería interrumpido por algún ‘asesino de siesta’, como en alguna ocasión definió este periódico a los motoristas. Eran los tiempos de la calma. La calma famosa de antaño que abarcaba todo el estío. El tiempo en que iba por los barrios el hombre que vendía ‘cebá y avellana pa los refrescos’. Los días en que Granada, con sus barrios, buscaba  en la esquina de cada calle el lugar más fresco.

 

El verano de 1961

A finales de julio los vendedores de los ramitos de nardo anunciaban que los grandes calores pasarían pronto: «de Virgen a Virgen» solía decirse. Se hablaba mucho del tiempo, porque aquel verano del 61 fue muy caluroso. Por esos días, el Observatorio de Cartuja registró la mínima más alta anotada desde 1935. Fue en la noche del 26 de julio y el termómetro no bajó de los 23,5 grados.
Esos ramitos de nardo, que gustaban tanto a las granadinas castizas como a las extranjeras, iban dejando un olor dulzón por las calles de la ciudad que, con temperaturas batiendo récords nacionales, puso a disposición de los turistas el primer «automóvil veraniego». Era un pequeño coche descapotable que la gente miraba estupefacta cuando circulaba por las calles. El servicio tal y como cuenta el cronista de IDEAL, tendría éxito, aunque carece del encanto «de subir a un coche de caballos, tirado por uno o dos animales y con las explicaciones clásicas de un cochero, como el veterano Colorín». En fin, los tiempos cambiaban, y «el ritmo acelerado, y la velocidad es lo pide la época», concluía el compañero. Aumentaba el número de turistas que visitaban Granada en automóvil, tanto que los fines de semana era imposible encontrar un aparcamiento en el centro.

Y mientras que los pocos afortunados que podían permitírselo veraneaban en la playa y se divertía en los salones del Hotel Sexi, gracias a la beneficencia, los niños más desfavorecidos podían también ver el mar. Así lo hizo un grupo de chicos de la clínica de San Rafael, que viajaron a Motril, o los chicos del Ave María, que volvieron «tostaícos y gordicos» de su colonia en Almuñécar. Esta imagen, es la del grupo de niños acogidos en la Casa de los Hermanos Obreros de María antes de partir para su casa de Monachil donde pasaban el verano.

Publicada en IDEAL el 4 de julio de 1961. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Publicada en IDEAL el 4 de julio de 1961. Torres Molina/Archivo de IDEAL

El viaje del veraneante por un día

Muchas generaciones de granadinos tardaron algún tiempo en conocer el mar. Para ellos, el mar era el Genil y el viaje comenzaba muy temprano, casi de madrugada, para coger buen sitio en el tranvía de la Sierra cargado con más remolques de los habituales y con viajeros hasta en los estribos. El día preferido para la escapada era la fiesta del 18 de julio, pero también valía cualquier domingo de agosto. Viajaban las familias enteras, con una tortilla de papas, los avíos de una pipirrana y una bota de tinto, lo suficiente para echar el día entre siestas y chapuzones. Los chavales, en calzoncillos o con toscos bañadores de lona, buscaban el lugar donde las aguas del río bajaban rápidas y frescas, mientras los mayores preferían el remanso de alguna poza del Monachil, Aguas Blancas o el Charcón. Era el billete para el veraneo de un día.

Un grupo de niños se baña en el cauce del río Genil. Torres Molina/Archivo de IDEAL
Un grupo de niños se baña en el cauce del río Genil. Torres Molina/Archivo de IDEAL

Un baño en la fuente

Cuando el calor aprieta, cualquier opción es buena para refrescarse y. cuando no era tan común como ahora hacer la maleta y marcharse a la playa, el frescor de una fuente no era mala opción. Tampoco era la única. Los aguadores que bajaban agua fresca del Avellano o de la fuente de la Bicha, estaban muy solicitados, servida desde las típicas damajuanas al vaso de cristal. Tampoco era extraño ver a algún chico bebiendo directamente del violento chorro de las mangas de riego, ya que para refrescar las calles los riegos eran constantes. Y para refrescar el cuerpo, baños en las piscinas de la capital, del Campo de la Juventud o de Don Simeón,  en el remanso de los ríos o en las fuentes.

Sin embargo, en el verano del año 1947, las fuentes de Granada lucían vacías con sus caños secos y segados. Había sequía y, como medida de ahorro, el ayuntamiento decidió ‘apagarlas’.  Incluso las de la Alhambra, refugio en los días más calurosos, se decidió cortar el suministro los domingos. Esta imagen de Torres Molina de fecha desconocida, reproduce uno de estos momentos.

Chicos juegan en la fuente de la plaza del Campillo. Torres Molina
Chicos juegan en la fuente de la plaza del Campillo. Torres Molina

Bienvenidos a la ciudad con «Orejas»

 El verano de 1952

Las calles de Granada estaban llenas de turistas. Llegaban desde todos los rincones del mundo y ya nadie se extrañaba de ver desfilar a mujeres con la cara cubierta por un velo, indias con sus saris de vivos colores e incluso a alguna señora ¡con pantalones! (comenta un asombrado periodista en IDEAL). También había algún que otro extranjero que se atrevía a pasear en traje de baño, moda muy criticada por este periódico, que no entendía esta falta de decoro («creerán que estamos en el Congo», apostilla el compañero). Para atender a los visitantes, en Granada trabajaban 27 guías locales y había cuatro agencias: Wagon Lits, Meliá, Viajes Marsans y Viajes Aymar. Además, aquel año el Ayuntamiento puso en marcha el «Cuerpo Uniformado en Enlaces de Turismo». Su trabajo era informar a los visitantes sobre los hoteles, restaurantes y garajes. El propósito de este oficio era retirar de la calle a todos aquellos que intentaban sacarse un dinerillo a costa del turista, un grupo de pillos al que comenzaron a llamar «los Orejas». Estaban perfectamente organizados. Aguardaban en los puntos estratégicos de acceso a la ciudad la llegada del viajero y «asaltaban» al turista con la mayor discreción. Cuando conseguían subir al coche, comenzaban a actuar. Si el visitante tenía el propósito de alojarse en algún hotel, del que «el Oreja» no recibía comisión, este desaprobaba la elección utilizando todo tipo de argumentos, que si la comida, que si las habitaciones… exigían primas a restaurantes, comercios y garajes para llevarles clientes. Aquel año IDEAL incluso llegó a hablar de los «brotes de gigolismo», pues se habían visto a elegantes jóvenes, «que parecen estudiantes», merodear los hoteles ofreciéndose como guías a cambio de un combinado, un paseo en taxi o un paquete de tabaco.

Solícitos guías se ofrecen para ayudar a unos turistas suizos a su llegada a Granada. Fotos de fecha desconocida. Torres Molina/archivo de IDEAL
Solícitos guías se ofrecen para ayudar a unos turistas suizos a su llegada a Granada. Fotos de fecha desconocida. Torres Molina/archivo de IDEAL

 

Entre los ilustres turistas que visitaron Granada ese año, en el que, por cierto, se celebró el I Festival de Música y se inauguró el Teatro Isabel la Católica, estaban Joan Fontaine, Rita Hayworth o Carmen Sevilla, que visitó las rebajas de los Almacenes Moisés. Por cierto, una curiosa errata se cuela entre las páginas de IDEAL, que «bautizó» a la «nueva» patrona de los bares y cafés como «Santa Malta», en lugar de Santa Marta, festividad que se celebra el 29 de julio.

El verano de 1932 en Granada. Turista pobre, turista rico

Comienza aquí una serie de artículos que cuentan cómo se vivió el verano desde los años 30 (este periódico se fundó en 1932 y estos reportajes tienen como principal fuente de información lo que se publicaron en sus páginas durante los meses de julio y agosto). Esta sección no pretende ser una recopilación de hechos históricos, sino de anécdotas y curiosidades de aquellos veranos mirados con la nostalgia que da el tiempo pasado.

Comienzo con el verano de 1932.

Este periódico apenas tenía unos meses de vida. Nació en una época todavía feliz, pero convulsa y muy marcada políticamente. Hacía un año que se había instaurado la Segunda República y el izquierdista Azaña dirigía el gobierno. Desde las páginas de IDEAL, periódico de la Editorial Católica, se denunciaba la grave crisis que atravesaba el país: huelgas, atentados, revueltas… El 5 de julio, un grupo de obreros en paro asaltó el comedor del hotel París de la Gran Vía y exigió comer gratis. Los ayuntamientos, endeudados, habían dejado de pagar a los médicos, a los que se les debía casi medio millón de pesetas. La crisis también afectó a la fiesta nacional y por orden del Ministerio de la Gobernación se prohibió construir plazas y sufragar corridas a los ayuntamientos que no tuvieran cubiertas sus obligaciones.
Y con este ambiente, llegó el verano. El turismo comenzó a fijarse en el exotismo de una ciudad como Granada. Una de las atracciones que más llamaban la atención eran las zambras. Los más aficionados eran los franceses. En cambio, los norteamericanos gastaban poco dinero, «a pesar de que el dólar está muy alto y sacan para el viaje casi con la diferencia del cambio». IDEAL comenzó incluso a publicar una «Guía del turista» con información sobre los horarios de visita y precios de los principales monumentos de la ciudad. El viajero también tenía a su disposición la Oficina de Turismo que se instaló en la planta baja de la Casa de los Tiros y atendía en español, inglés, francés y alemán. El clavecinista italiano Ruggero Guerlín, el artista belga Rodenbach o el pintor Enrique Marín fueron algunas de las personalidades que pasaron esas vacaciones en la ciudad. Durante su estancia, solían ofrecer conciertos, exposiciones y era muy fácil verlos en todo tipo de actos sociales. El granadino veía al viajero tan singular, como seguramente ellos nos veían a nosotros. Muy pintorescos eran los cinco trotamundos alemanes que se fotografiaron para la portada del diario con dos gitanas del Sacromonte. Todos viajaban sin dinero, tres de ellos (con un perro, una guitarra y una cámara de fotos) hicieron el viaje a pie y los otros dos, en bicicleta. Aunque, sin duda, el más pintoresco de los visitantes fue un ruso que, ataviado con una especie de túnica, barba clara y pelo largo, parecía un Jesús de Nazaret. Su ignorancia del castellano le defendió de la pregunta del periodista: «¿Usted paga?».


Unas mujeres leen la Buenaventura a unos caballeros en una imagen de los años 40. Archivo de IDEAL

Recato
Lo que no dejaba de preocupar eran los temas relacionados con la moralidad. Los ataques más furibundos se los llevaba el cine, pero, en época veraniega, el clero se resarcía con la procacidad de los bañadores femeninos. De Hollywood y las «pin-ups», se había exportado un traje de baño parecido a un sujetador con faja ceñido, «un verdadero ultraje al decoro», ya que «apenas si ocultaban un poco el cuerpo». Para evitar excesos, IDEAL participó en una campaña a favor de la moralidad en las playas y en su portada fotografió a una chica en la de Almuñécar con un modelo de la firma Mor Playa, modesto y recatado. «Granada ha sido una de las primeras provincias en sumarse a esta cruzada moralizadora»

VERANO

Cuando la Selección no pasaba de octavos

Aquel iba a ser el año del fútbol y fue el año de la decepción. La Selección perdió en octavos y ni siquiera la mascota nos hacía gracia, aunque hay que reconocer que con el paso del tiempo nos hemos reconciliado con «Naranjito». Esa cara redonda con sonrisa de carrillo a carrillo trajo suerte a Italia que ganó la final por tres goles a uno frente a Alemania. Tampoco llegaron los esperados «turistas del mundial», aquellos que iban a llenar los hoteles y dejar una millonada en divisas. A Granada llegó al Hotel Carmen un autobús con chinos, mexicanos y chilenos, pero pocos más se vieron por aquí. Lo único «naranja» que recaudó algunas pesetas fue la furgoneta que utilizaba la Policía Municipal para llevarse al depósito las motos que circulaban sin tubo de escape, que se pasó el verano poniendo multas. Pocos extranjeros, pero vino Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los Estados Unidos, que cuentan que se divirtió en la peña de la Platería y Farah Diva, reina del papel «couche».

Como venía siendo habitual, la Costa Tropical se convirtió en el destino preferido de los granadinos. No era extraño que el padre de familia se quedara en la ciudad y bajara al apartamento los fines de semana. Y mientras los chicos practicaban «wind surfing», la ciudad se llenaba de «rodríguez» y de jóvenes que solían coincidir en el Machaco, el Bimbela o el Enguix. Ese verano cerró el Mesón de la Plaza de Gamboa. Era muy populares sus menús baratos y su tortilla del Sacromonte, que decían que había probado Jorge Negrete o Henri Fonda (que, por cierto, murió aquel verano). Otro veterano de la época era la Sabanilla, entre Zacatín y Reyes Católicos. Sus toneles y columnas de hierro esperaban a los clientes que pedían vino de la Costa y sangría. También estaba el bar Granados, que era muy popular entre los pintores y periodistas.
Cuando el verano tocaba a su fin, el Gobierno Civil autorizó la práctica del nudismo en las playas de Cantarriján y La Joya, elegidas por la limpieza de sus aguas, porque estaban lejos de la carretera y porque tenían varios obstáculos naturales que impedían la vista desde el exterior. Nalgas al sol protegidas con Nivea o Coopertone.

Ambiente en una piscina de la Carretera de la Sierra. Julio Pedregosa 9 de agosto de 1982
Ambiente en una piscina de la Carretera de la Sierra. Julio Pedregosa 9 de agosto de 1982

¿Qué estarían escuchando en sus ‘walkman’ estos chicos en la piscina? Compruébalo haciendo click en la foto

 

Aquel verano de 1974

En el cine Tívoli del Camino Bajo de Huétor, Fantomas sale una vez más invencible y con un saco de diamantes en una bicicleta. Contra el monstruo de cara azul marino luchaba Luis de Funes y toda la colonia de San Conrado. Que esto de los cines de verano se cogía con ganas pero, a la larga, los vecinos se cansaban de tanta película gratis asaltando por las ventanas a las horas de sueño. En los demás cines de la ciudad, la clientela había bajado mucho, al igual que la calidad de las proyecciones. Prácticamente toda la cartelera estaba clasificada con un 3R, es decir, que el secretariado para espectáculos de la Comisión Episcopal las consideraba para mayores con reparos, y advertía de la sólida formación que debía de tener el espectador que osara atravesar aquella cortina que cegaba completamente la sala. «Rector en la cama» en el cine Granada; «Sexualmente vuestro» en el Goya; «Bajo las sábanas con la doctora» en el Gran Vía; «Danesas del placer» en el Regio, o «Más fina que las gallinas», otra de las pelis que se tragaron los vecinos de San Conrado, eran algunos de los títulos que ocupaban la cartelera aquel verano. Menos mal que estaban los cine clubs.

Granadinos disfrutan del fresquito de la fuente del Triunfo en una tarde de agosto. 1974 Torres Molina/Archivo de IDEAL
Granadinos disfrutan del fresquito de la fuente del Triunfo en una tarde de agosto. 1974 Torres Molina/Archivo de IDEAL

En cualquier caso, por aquel agosto no quedaba mucha gente en la ciudad. Los turistas se mezclaban con algunos jóvenes, chicos que sujetaban su vaquero de campana con un pañuelo anudado a la cintura, o chicas con vaporosos vestidos con los hombros o la espalda al aire. El Cebollas era el lugar de reunión para tomar una cerveza y, el quiosco de doña María, frente al Zeluán una auténtica institución. Abría toda la noche, y sus estantes despachaban desde un chicle de menta a una lata de mejillones, pasando por la barra de pan y tabaco.
También estaba la música. En España, donde la revolución beat o rock llegó tarde y descafeinada, los sectores más populares engullían música folclórica y poco más. El mismo usuario cambiaba de gustos musicales en función de la época del año. Surgió el fenómeno, que todavía lamentamos, de la canción del verano. Aquel fue el año de «You are no matador señor» de las Deblas o «Fiebre del sábado noche» de los Bee Gees y el disco «anunciado en televisión» de Epic, un recopilatorio, el más vendido.