El alcalde de Granada, José Torres Hurtado, no cree que sea buena idea eliminar los botellódromos, como ha propuesto el delegado del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas. Cuando en 2007 Hurtado decidió crear un recinto de este tipo, resolvió con habilidad el problema que representaba para la ciudad el consumo incontrolado de alcohol en zonas dispersas del centro urbano que causaba ruidos, molestias, suciedad, daños al patrimonio y la proyección exterior de una imagen de Granada que no era la deseable. Cinco años después el gobierno municipal ha tenido tiempo de encauzar el uso de este espacio para el ejercicio de actividades sociales, lúdicas y culturales que ofrezcan a los jóvenes alternativas al ‘ocio del alcohol’, pero lejos de eso el recinto es un lugar de encuentro donde miles de jóvenes se citan para ‘devorar’ litros de bebidas en una práctica irresponsable que arroja cifras que exigen la reflexión y, entre ellas, que los jóvenes granadinos se inicien en el consumo de alcohol a los 16 años y antes.
Propiciar esta práctica no parece el mejor camino y menos desde instituciones públicas que, además, y eso es lo peor, no garantizan un control adecuado en un espacio abierto para evitar que los menores sean clientes habituales.
El alcalde, su gobierno y los granadinos lo que en realidad no quieren es que la ciudad se llene de nuevo de botellones y eso puede evitarse. A lo que estamos obligados y tal vez sea más difícil de impedir es que los adolescentes sean víctimas de una práctica nada recomendable.