Este puente he visitado locales de fiesta en Granada que se parecían al ‘Madrid Arena’, solo que aquí todavía no ha ocurrido una desgracia. Dentro, una muchedumbre que lo llena todo con pistas de baile abarrotadas y pasillos repletos en los que solo te abres paso a empujones y codazos, que te dan y das para poder pasar. Fuera colas enormes de las que va saliendo un goteo humano permanente que accede al interior. No hay tornos que controlen la entrada y por ello el aforo se hará por el “más o menos yo creo que habrá…”, pero lo cierto es que si cuando estás ahí te acuerdas de la locura colectiva en la que perdieron la vida cinco jóvenes en Madrid o de la última discoteca brasileña en la que murieron varios cientos, el frío te recorre el cuerpo y te dan ganas de huir, pero antes de que cualquier situación imprevista de pánico convierta puertas y escaleras en trampas mortales y la pista de baile en un cementerio humano. Si alguien cree que exagero que se de una vuelta a partir de las dos de la madrugada por un par de locales de moda en la capital granadina para que sepa dónde se hacinan sus hijos cuando van de fiesta.
Es una enorme irresponsabilidad que las administraciones a las que compete no controlen si estos locales cumplen o no los aforos máximos, que no revisen si todas las medidas de seguridad se cumplen a rajatabla y que se permita que juguemos con el riesgo de la tragedia día tras día. Ya se sabe que las cosas no pasan hasta que pasan y entonces vendrán los llantos, el dolor y, lo que suele ser un ejemplo de cinismo infinito: el compromiso de controlar a partir de ese momento todos los locales para que hagan lo que deben. ¿Es preciso que ocurra la desgracia para actuar?
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