Dejando de lado quién ha ganado estas elecciones europeas, para mi el resultado más importante que salió ayer de las urnas en una provincia como Granada, o mejor dicho, el que no llegó a las urnas, es la elevada abstención y con ello el desapego por parte del electorado de políticos y de instituciones.
Habitualmente las elecciones europeas no permiten medir con precisión las sensaciones ciudadanas y menos sobre las cosas ‘de casa’ porque todavía no se ve a Europa como una referencia política próxima en las que nos juguemos asuntos que nos ‘toquen’ de lleno. Es un error creer que Europa está lejos de nuestro día a día, pero a esa falta de conciencia europea se ha unido además durante los últimos años un progresivo enfriamiento europeísta de los españoles , dos, solo dos, de las razones que han mantenido porcentajes de participación tan poco entusiastas en las dos últimas consultas de 2004 y 2009. En Granada la abstención entonces se movió entre el 54 y el 55%, respectivamente.
Unas elecciones europeas no permiten medir las sensaciones pero sí ayudan a medir las intenciones, y en una consulta que llega después de años de dura crisis en la que Europa ha sido el cinturón que aprieta hasta ahogar y nos aleja de nuestro estado del bienestar, en unas elecciones que llegan entre las sacudidas de los permanentes casos de corrupción, después de una campaña en la que el principal asunto de debate ha sido el machismo del cabeza de lista del Partido Popular y, en general, de la cada día mayor frustración social con los partidos y los políticos, las elecciones de este domingo parecían tener escrito el resultado de una abstención de vértigo, superior al 60% en Granada.
El asunto es trascendente e invita a la reflexión porque no es una cualidad de las europeas. El distanciamiento ciudadano de las instituciones y de los políticos aparece como una constante en todos los sondeos y encuestas que se han conocido durante los últimos meses. En el sondeo de opinión andaluz o en el propio CIS la mitad de la población mostraba poco interés por votar y ponía a políticos e instituciones a la cabeza de la lista de responsables de la actual situación de declive social. La falta de confianza en las instituciones democráticas tiene derivas peligrosas y corresponde a los dirigentes recuperar el tono y el pulso político y reactivar la participación ciudadana para que vean la política como una solución y no como un problema.