«La Ciudad Comprometida»
Hace unos días pude leer en un artículo breve, de esos que incluyen las revistas de las compañías aéreas, en el cual, más allá de la precisión de los datos ofrecidos, se mostraba una semblanza bastante elocuente del mundo actual. Decía algo así:
Si pudiéramos reducir proporcionalmente la población de la Tierra a solo 100 personas, pasarían cosas como, por ejemplo, que habría 57 asiáticos, 21 europeos, 14 americanos y 8 africanos. Por otro lado, sólo de esos 30 habitantes serían blancos y, también, sólo 30 serían cristianos. En el plano social, las cifras son escalofriantes: 70 de los 100 serían analfabetos, 50 padecerían malnutrición y 80 habitarían viviendas precarias…
Como sabéis, desde La Ciudad Comprometida prestamos una atención especial a las cuestiones relacionadas con la calidad urbana y con el derecho a acceder a una vivienda digna. Y por ello solemos dar prioridad en la elección de nuestros proyectos y planes a aquellos que pueden atender de una u otra manera a la mejora general de las ciudades. Y no es por casualidad que hayamos apostado decididamente intervenir en Latinoamérica bajo el concepto DESARROLLO DE CIUDADES COMPROMETIDAS. Ciudades como Cochabamba en Bolivia, Arequipa en Perú, y Copiapó, o Coquimbo en Chile, nos están permitiendo de una u otra manera contribuir en la calidad de vida de sus habitantes y en la promoción de ciudades democráticas, inclusivas, armónicas y sostenibles… en cuyas políticas urbanas, sin duda alguna, la erradicación de las viviendas precarias va vinculada no solo a la mejora general de la urbanización de los barrios, sino también a garantizar unas razonables dotaciones de proximidad y su adecuada articulación con el resto de la ciudad.
Por eso, como os decía, ¡Nos queda tanto por hacer!
Vivimos una encrucijada en la que hay mucho urbanismo por hacer, habida cuenta de que a tenor de la estadísticas mundiales, lo de la población urbana va a más (60 de esos hipotéticos 100 habitantes ya viven en entornos netamente urbanos). Por tanto, hay que replantearse un nuevo tipo de ciudad, es más, hay que replantearse un nuevo tipo de relación entre lo urbano y lo rural, y todo en virtud de las alteraciones que la revolución tecnológica de las comunicaciones está modulando entre nuestra manera de relacionarnos y vivir la vida. Planteémonos de una vez si merece la pena habitar las ciudades tal y como hoy las hacemos; a lo mejor descubrimos que vivir en el campo, con las ventajas de lo urbano gracias a las telecomunicaciones, es mucho más bueno, bonito y hasta barato.