
Me gusta el cine y, sobre todo, disfrutar del ritual de ver una buena película en una gran sala. Pantalla gigante, sonido envolvente, palomitas, refresco y todos mis sentidos puestos en una interesante historia por descubrir. Por eso, todas las semanas tengo la costumbre de intentar acudir al último estreno de la semana. Una afición que, a decir verdad, cada vez más tengo la triste sensación de practicar en soledad.
Desde hace mucho tiempo, como en otras industrias del ocio y entretenimiento, el séptimo arte no hace números. Son muchas las explicaciones que se han tratado de dar a una crisis que en nuestra ciudad ya se ha cobrado a un par de salas: descargas digitales, cine en casa, precio de las entradas y, para colmo, la subida del IVA que ha rematado la faena. A pesar de este desolador panorama, el cine goza de buena salud entre todo el mundo. Pelis y sobre todo series, son temas de conversación recurrentes entre nuestras amistades, lo que evidencia que este género goza de gran interés y afición. Una circunstancia que no acompaña a su industria, que trata de buscar desesperadamente una reconversión que garantice la viabilidad de este gran negocio.
Esta semana se ha celebrado en las principales salas de España la Fiesta del Cine. Un evento que ha permitido acercar a miles de espectadores los últimos estrenos de la cartelera a un precio muy reducido: 2,90 euros. La iniciativa, a diferencia de los modestos resultados de años anteriores, ha sido un clamoroso éxito. Tanta ha sido la afluencia, casi 24.000 espectadores solo en Granada, que ha obligado al sector a reconsiderar su propio modelo de negocio. La fórmula es muy sencilla y tan antigua como la moneda. Se llama oferta y demanda. Ambas andan perdidas, una en precios desorbitados, y la otra en la gratuidad que brinda el mundo digital. Algo tan simple como bajar el precio, ha permitido aunar a ambas en un patio de butacas.
Toca ahora digerir las excelentes cifras de esta semana y tomar nota para reconciliar al público con el cine de siempre. Es una pena, como decía al principio, acudir al estreno de una gran película, y contar con la compañía de diez o veinte personas más. Así no hay negocio, ni para el cine, ni para las palomitas, ni para nadie. Estos tres días no solo Kinépolis ha celebrado su fiesta en Granada, sino también todo un gran centro comercial con sus tiendas, bares y restaurantes. Ir al cine es todo un ritual que se complementa con otros hábitos que también hacen caja en los negocios que viven junto a una sala. Esta semana ha quedado demostrado que la gran pantalla es capaz de movilizar al público. Solo hay que darle una buena razón y un buen precio. Por ahí van las cuentas: valorar si merece o no la pena, ajustar los precios para garantizar el lleno de una sala, o tentar al cierre con butacas vacías a 8 euros. Desde mi punto de vista, hay margen para ello.
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