La primera de Las Titas

Desde ayer monto guardia en la barra de Las Titas, así que si cualquiera dice haberme visto en alguna otra parte -en contra de mi mala reputación- se tratará de un montaje.

Las ferias tienen esas cosas, que al final a uno le entran ganas de tumbarse en el sofá a ver Sálvame; pero muy al final. Mientras tanto, me alimento de rumores y de jamón -en distintas proporciones- en ese templo que regenta Pepe Torres -el que no es hurtado-.

Me encuentro el primer día con un delegado de la Junta, que con su ironía -supongo- habitual me saluda con la simpatía que me merezco: “No voy a decir que me alegra verte”. Me dice el afable compinche de barra que tengo abandonado este blog semiclandestino y yo que, al igual que Sabina, siempre cumplo un pacto cuando cuando es entre caballeros le tenía que escribir este rumor.

Me comenta que gracias a mi artículo del domingo supo de rotavátor se escribe con uve y a uno le alegra de cuando en cuando énseñar algo; aunque sea ortografía. También me dijo otras cosas que parecen descaradamente mentira pero que no tengo más remedio que creérmelas mientras no tenga otros rumores con los que soliviantarme. Como que el domingo, en el acto de homenaje a Mariana Pineda, cuando los portavoces municipales depositaban el ramo de flores, un espontáneo profirió fervorosos vítores al alcalde y se quedó solo.

Después me contó una teoría sobre el arroz y el sofrito, que entraña la misma complejidad que la filosofía de los culos y las sillas. Resulta que el arroz hay que echarlo cuando el agua esté en su punto. Y ahora aplíquenlo a la elección de los candidatos. De un lado y de otro.

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