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Los vecinos del barrio de La Bobadilla de Granada, un pequeño cúmulo de casitas de apenas una altura que se arremolinan alrededor de la plaza del Tabaco bajo la atenta mirada de la chimenea de La Azucarera, quieren vivir en el siglo XXI. Pero de momento tienen internet rural de apenas un mega y la electricidad se corta medio centenar de veces al mes, denuncian.

Sufren, según sus testimonios, la desconsideración de la compañía eléctrica Endesa que les ningunea, porque la instalación es obsoleta y vale un dineral arregarla. «Y nos toman el pelo», dicen.

Son en su conjunto parte de las vivencias de la crisis que al no tener muertos ni heridos tienden a pasar desapercibidas. Muchos dirán que no son importantes «con la que está cayendo», pero sí lo son.

La falta de electricidad de forma correcta llena este modesto barrio de historias únicas, locales, que son universales porque nos afectan a todos. Son las brechas de nuestra sociedad en la que los débiles apenas pueden incordiar al poderoso y sufren una merma en sus derechos.

La mujer de la fotografía vive sola, depende de dos máquinas para respirar, una durante el día y otra durante la noche, y tiene el botón rojo de teleasistencia. Todo funciona con electricidad. No quiere ni pensar que falle demasiado y algún día sea ella la que termine fallando. Tiene miedo. Se consideran, en Granada, la ciudad de la Alhambra y de la Universidad de Granada y el PTS, ciudadanos de segunda categoría.

Ahora, quieren organizarse y protestar. Es así como poco a poco va surgiendo la luz, al Oeste de la ciudad de Granada. Luz que brilla ya en sus miradas.