No. No se enfaden.
Pero es que ayer presencié por primera vez una junta municipal de distrito centro y me sentí como en el fiestón de la película Desayuno con diamantes o en una sesión del senado galáctico de Star Wars. Una sensación así como Channel en la que los representantes vecinales se acomodaban confortablemente en el Salón de Comisiones de la Plaza del Carmen entre pendones, tapetes, varas de mando y cetros envitrinados o como quiera que se diga, tafetanes y terciopelos dignos del boato municipal.
Claro, es el Centro de Granada con sus barrios de Sagrario, Realejo, Barranco del Abogado y Figares, que me enseñaron muy de primeras que se le dice la ‘Filomatic’, que alguien me explique por qué y le invito a un café.
Por lo demás, al final de la junta municipal de distrito la presidenta y concejala del equipo de gobierno, Rocío Díaz, me presentó a los presentes, toma redundancia, para que me conozcan, y me dio las gracias por asistir, algo que debo reconocer que me encantó porque me facilita mucho el trabajo. Se lo agradezco de forma expresa por ello.
También a su término los vocales y representantes charlaban de forma animada. Me hablaban y me decían que «nosotros somos más tranquilos que en otros barrios», y se reían gozosos, sin mala intención.
El caso es que durante la reunión los problemas que surgieron fueron más o menos LOS MISMOS que atenazan a buena parte de los barrios de Granada. Sí, cada uno con su peculiaridad, por supuesto, pero también ayer salió que el Centro tiene los pavimentos destrozados, parques como el Cuarto Real de Santo Domingo inútiles por peligrosos por su degradación, excrementos de perro por doquier, cortes de electricidad por los que protestan por escrito los comerciantes, indigentes que molestan y que poco se puede hacer por ellos ya que están por propia voluntad, gorrillas que manipulan a los turistas y reivindicaciones más o menos importantes o fútiles que atañen a cada cual.
La presidenta Rocío Díaz organizó muy bien la junta y dio cuenta de todos los temas, cedió los turnos de palabra y tomó notas y repartió el trabajo con agilidad. Me gustó su entereza ante el testimonio de un vecino que acudió a exponer su problema en la junta de distrito.
«Me queda poco tiempo de vida», le llegó a decir a Rocío Díaz mientras le mostraba un botecico de pastillas de esas que te tienes que tomar tras un infarto. Le habló del paro, de su hijo en paro y de su nieto. Y de cómo su forma de vida desaparecía por falta de permiso municipal para la venta ambulante en la calle.
Las cosas no son las mismas cuando te miran de frente. Y cuando ves que el drama tiene nombre y apellidos y una mueca de fatal destino dibujada en un rostro que se apaga. Por eso fue valiente y capaz la actitud de la concejala Rocío Díaz, que cumplió su papel y aseguró que buscará la forma de encontrar una solución, difícil, como todos los dramas que hay en esta vida.
No era ya tan Chanel la reunión ni Audrey Hepburn estaba tan guapa como en Desayuno con diamantes ni la senadora Amidala resultaba tan fascinante. Un silencio helado cruzaba el Salón de Comisiones y el terciopleo amortiguaba el testimonio de este hombre desesperanzado.